31 de Mayo 2005

Kilómetro 0

“Es importante tener un lugar donde poder volver para empezar de nuevo”.
Algo así le oí decir en algún momento a mi hermana, y si no lo dijo ella, apostaría a que piensa de esa manera.
Muy posiblemente, ella hablaría de una casa.
Mi hermana, al igual que lo hacía mi padre, tiende a situar su lugar en el mundo en una casa. Mi padre lo hacía más exactamente en una cocina.
Quizás por eso, los recuerdos más cómodos de aquella áspera relación que manteníamos ambos, corresponden a aquellas ocasiones en el que él me invitaba a pelar los ajos para aliñar las aceitunas o a ayudarle a sacar los pestiños de la sartén. Nunca en el mundo, unos inocentes trocitos de masa flotantes han consolado tanto un corazón humano.
Si mi padre acudía a la cocina para empezar de nuevo, la verdad, lo ignoro por completo. La cuestión es cuál sería mi lugar en el mundo, o en todo caso dónde regresaría yo para volver a empezar.
En cierta ocasión leí algo sobre alguien que nunca volvía sobre sus propios pasos para no desordenar así su “línea vital”, esa que vamos trazando con nuestro discurrir por el espacio y por el tiempo.
Eso, (pienso), le sometería a la incapacidad de no poder volver nunca, o al menos, le obligaría a hacerlo siempre dando un rodeo. Pero una persona que no puede “regresar” debe de ser una persona excesivamente esclava de su destino.
Quizás, sea el desorden, y no la verdad, lo que nos hace libres.
Cristo, el pensador más leído y menos comprendido de la historia, dijo hasta la saciedad que no era tan importante el “no hacer” como el saber “deshacer”. Por eso inculcó a la gente los conceptos de arrepentimiento y perdón. Pero Cristo, como judío, era muy inteligente, y nunca perdió de vista que se estaba dirigiendo a seres humanos. Entre otras cosas, les insistía en que no se empeñaran es convertirse en dioses, sino simplemente en buenas personas… Luego, en su nombre, se crearía una institución para difundir exactamente lo contrario de lo que el proponía. La Iglesia dota al mundo de un gran catálogo de cosas que nunca se deben hacer con objeto de alcanzar una perfección que te reservará asiento a la derecha del Padre...
Por eso, el catolicismo es el baluarte de los supersticiosos que adoran lo sobrenatural y convierten en santo sólo al que demuestre una habilidad paranormal.
Si le hago caso a Cristo, (una vez más, como es mi costumbre sobre todo desde que tengo conciencia de que no soy creyente) considero que el mejor lugar para regresar es la infancia: (“Sed como ellos”).
Hace algún tiempo, recobré un árbol. Fue en un momento de mucha confusión, tanta que la identifiqué con dolor (y luego no era para tanto). Salí de una casa, (la que podría ser un perfecto lugar para volver), sin saber a donde iba. Estaba ofuscada y caminé, porque paradójicamente, lo primero que hace uno en momentos de desorientación es moverse. Caminé hasta un sendero que atraviesa un olivar, lugar donde acudía de niña con mi pandilla de amigos porque aquel sitio, desde nuestra perspectiva infantil, parecía estar suficientemente lejos como para ser emocionante. Me detuve, sin motivo conocido, en un punto concreto del camino. Exactamente delante de un árbol. Entonces lo reconocí. En casa de mi madre hay una foto que uno de mis amigos me hizo subida a aquel árbol. Era ese mismo, tantas veces visto en una estantería de madera donde mi madre colocó la foto. En ella estoy sentada en una de las ramas y como si no me pareciera suficiente, miro al cielo, con la cara levantada y el cuello estirado. Al cabo de muchos años, inexplicablemente, yo volvía a aquel árbol.
Había regresado.
Todo lo que había hecho desde el momento de la foto hasta ese instante no parecía satisfacerme demasiado. Pero al menos tenía la oportunidad de retomar, de volver a empezar…
Pensé incluso en volver a subir a ese árbol, pero consideré que ya disponía de suficientes símbolos.
Por eso, me limité a respirar hondo y comenzar de nuevo.

Escrito por La caminante a las 5:48 PM | Comentarios (16)

28 de Mayo 2005

La 206

Mi hija me pregunta muy a menudo cómo es un parto. Yo siempre le contesto que sólo conozco uno, el suyo. Me pregunta detalles. Le produce una vertiginosa curiosidad.
Un parto es un episodio muy violento, bastante animal. Me refiero, claro, a un parto natural, el único que yo he experimentado. De los partos, lo mismo que del sexo, desde hace algunas generaciones, tenemos fundamentalmente una información cinematográfica. Muchos se pasan bastante tiempo creyendo en el orgasmo sincronizado y en el orgasmo vaginal. En eso tienen mucho que deberle los sexólogos al cine: cobrar por decirle a la gente que es normal.
Mi hija provoca que reviva con frecuencia ese recuerdo y no me molesta en absoluto. Para mí fue una magnífica experiencia. Aquel fue un embarazo deseado. He dicho deseado, no meditado. Quizás por eso fue tan bueno.
Cuando me enteré que estaba embarazada me invadió una sensación de euforia. Me fui de juerga con el padre y me tome una sola copa de oloroso y me fumé un cigarrillo. Los últimos en cerca de catorce meses, porque soy más responsable con el organismo de otros que con el mío propio. Por la noche, al acostarme, tuve la sensación de estrés más intensa de mi vida. Sabía que todo iba a cambiar por siempre y que no sabía hasta qué punto. Aquello se llamaba miedo.
Algo menos de nueve meses después, cuando estaba tomando helado, un dolor agudo pero breve en mi vientre, me anunció que el momento se acercaba. Aquella noche me acosté con un extraño dolor en el cuello, y la convicción de que al día siguiente nacería mi hija a pesar de que me faltaban diez días para cumplir. Ese día siguiente fui anunciando a todo mi entorno que pariría y nadie me creyó porque no lo hacía como se hace en las películas: agarrada al quicio de una puerta para no caerme y jadeando mientras me sujetaba el vientre. Simplemente le dije al padre, despertándole mientras dormía, que me iba a trabajar pero que a media mañana seguramente le llamaría para ir al hospital y cuando llegué a la redacción avisé que posiblemente no estaría la jornada entera porque iba de parto. Nadie me hizo mucho caso. A las once de la mañana llamé a mi mejor amiga que había tenido otra niña dos días antes. Le dije que si no paría, iría a verla, me dijo el número de la habitación, la 206, y que seguramente no estaría porque ya se iba a su casa. Entonces le dije que tenía que colgar porque acababa de romper aguas. Así ocurrió.
En el vestíbulo del hospital, cuando me despedí del padre, supe que lo que iba a ocurrir me atañía a mí sola. Y así caminé por el pasillo de aquel hospital, con los muslos llenos de líquido amniótico y el mayor vértigo que jamás podía imaginar.
Pasé muchas horas, no sé cuántas, en la sala de monitores, abrazada por unas correas que además de inmovilizarme, informaban al personal sanitario de las evoluciones de mi canal pélvico y del estado del pre bebé. A mi lado otras mujeres, jóvenes o no, gemían o gritaban. Yo me mantuve sólo tensa hasta que ese cíclico dolor fue cobrando el calibre que se esperaba. Primero fue una sensación en los riñones, como si me estuviera partiendo en dos. Luego, como una ola, el dolor me deshacía las vísceras igual que un garfio y se arrastraba como una marea lacerante hacia mis ingles, alcanzando mis rodillas. En algún momento grité.
Camino del paritorio, mientras un veloz techo lleno de neones pasaba ante mis ojos, exclamaba. “No quiero que me duerman”, “No me vayan a sedar”.
La luz eléctrica y el acero bajo mis pantorrillas, eso recuerdo. No revivo dolor, sino una sensación de fuego en mi vientre y mis genitales y un esfuerzo grandioso. El cuello tenso, las mandíbulas apretadas, las manos aferradas a algo y aquel fuego…
Fue muy rápido. Cuando el padre llegó su hija ya había nacido. “Tienen mucha fuerza las dos, no he tenido que hacer nada” le dijo la matrona. Entonces, me pusieron al bebé sobre mi pecho y yo le besé pero a la vez quería que se la llevaran, que la cuidaran otros, que yo no podía. Empecé a temblar por un frío que no venía del ambiente, sino de dentro de mí. “¿Por qué tiembla?” preguntó el padre. Le dijeron que es normal en un parto natural por el gasto de energía y me cubrieron con una manta. Eran casi las siete de la tarde.
Nos llevaron a la habitación, la 206. La misma que había ocupado mi mejor amiga hasta aquel mediodía. El padre la puso en mis brazos para que intentara darle el pecho. Con una mano intentaba acomodarla, con otra retirar mi pelo enmarañado hacia un lado y con una tercera que no existía, abrir el camisón. Una mano grande, la del padre, surgió, elevó uno de mis pechos por debajo y lo dirigió hacia esa diminuta boca que cumpliendo con una pauta ancestral empezó a succionar. ¿Cómo describirlo? ¿Cómo, si nunca mariposas húmedas aletearon entorno a uno de mis pezones ni millones de hormigas microscópicas recorrieron mi escote ni mi cuello hacia la nuca?
Más tarde, cuando el padre se fue, nos quedamos por primera vez solas las dos. Yo estaba allí, en la penumbra, exhausta y ojerosa , como un saco vacío, asustada. Ella, sonrosada, respiraba vigorosa en su cunita, plácida y valiente. Por la ventana sonaba la ciudad. Era septiembre.

Escrito por La caminante a las 2:17 AM | Comentarios (23)

24 de Mayo 2005

Por supuesto.

Una vez, hace un tiempo, mi médica de cabecera me diagnosticó un síndrome ansioso-depresivo. Me dió de baja, me recetó unas pastillas que nunca me tomé, (un día hice una boquilla con parte del envase), y me envió a pedir cita a un centro de salud mental. Cuando anuncié lo del centro de salud mental, mi madre y mis hermanas podrían haber dicho: "¿Tu ves como lo tuyo no era normal?", porque motivos, alguna vez, les dí. Pero son buenas personas y en vez de eso se ofrecieron a acompañarme .
Una mañana de agosto, mi hermana Meme y yo nos presentamo en la sala de espera de aquel centro. Sólo estaban dos personas. Un hombre que daba vueltas por la sala y otro que se movía de un lado hacia otro en su asiento. Mi hermana y yo nos sentamos y empezamos a hablar en clave aguantando la risa. Si alguien hubiera entrado en ese momento en esa sala hubiera encontrado una persona itinerante, otra oscilante, y dos de conversación descordinada y risa descontrolada. Pero por suerte para las reputaciones de mi hermana y mía, no apareció nadie.
El diagnóstico que me dieron en aquella consulta fue el de absoluta normalidad. "No te pasa nada" me dijo la psicóloga. "Es todo circunstancial, es como si a un coche se le calienta el motor, se para y no vuelve a andar hasta que se enfríe. Así que sigue de baja hasta que te encuentres mejor".
Yo respondí: "Ah", me fui y hasta ahora...
Cuando le conté a mi madre lo de los pacientes de la sala de espera, noté que yo estaba dando por supuesto que ellos sí tenían problemas reales. Ellos podrían haber pensado lo mismo de mí. ¿Qué habrían supuesto? ¿Que soy una cleptómana, una adicta al sexo...? En algunos suposiciones se hubieran acercado a mi realidad más que en otras, para qué negarlo.
Ciertamente cargamos con una realidad imaginada por otros, con una identidad virtual. Continuamente damos por verdad cosas que sólo suponemos.
Un profesor de matemáticas me dió una vez un consejo que no sólo me fué útil para aprobar la asignatura, sino que me sirvió en adelante para vivir: "La mayoría de las veces no sabes solucionar un problema porque das por hecho que la solución es más complicada de lo que en realidad es. Simplifica".
Los niños se entienden muy bien con las máquinas. Se les da cualquier artilugio electrónico y enseguida saben todas su funciones y maneras de programarlo. ¿Que hace un niño con cualquier aparato?
1- Nunca se leen las instrucciones.
2- Nunca dicen " no sé como funciona". Sencillamente lo toquetean.
Luego, cuando construyen conceptos sobre sí mismos y se crean expectativas, empiezan a perder habilidades.
Las cosas, por ejemplo, no se pierden, porque no andan. Somos nosotros los que no las encontramos. Y eso ocurre porque damos por supuesto que están donde no están y que no están donde están. Por eso se suelen encontrar cuando no las buscamos. Pasa con las llaves, con las gafas de sol, con el amor y con las buena ideas, (¡eureka!).
Pero no son objetos los único que se pierde con suposiciones falsas, también se pierde el tiempo, las oportunidades, las ganas, la cuenta de los días, la confianza, el norte, la perspectiva, la razón, los trenes, la dignidad..
Casi todo menos la costumbre, por supuesto.

Escrito por La caminante a las 11:50 AM | Comentarios (17)

21 de Mayo 2005

Cajero y canción

Tenía que sacar dinero y el cajero más cercano a mi casa es el del Banco Zaragozano. Mi hija me sigue hacia esa boca prodigiosa mientra me cuenta cosas de su profesor de plástica. Justo cuando meto la tarjeta y la máquina me pregunta si es una cuenta a débito o a crédito, empieza a sonar un violín. El cajero me pregunta si estoy de acuerdo con que me cobre 50 céntimos por el servicio, y yo giro la cabeza a una lado y a otro buscando de dónde precede ese delicioso violín. Mientras, le digo al cajero que me cobre los céntimos y me de la pasta ya de una vez. Le pregunto a María "¿De dónde viene esa música? y ella me señala un kiosko de la ONCE, que había justo detrás nuestra en la acera. El cajero me pregunta ahora que si quiero recibo de la transacción y yo me pregunto si para disponer del dinero que te has ganado con el sudor de tu frente es necesario tanto diálogo. Cuando por fin rozo con las yemas de mis dedos eso billetes tersos que el cajero me ofrece con tanta renuencia, sigo escuchando una exquisita melodía que ahora tenía voz. Me quedo allí plantada en la acera, abrazada y retenida por una música dulce y leve. Le digo a mi niña que me gustaría saber qué es lo que estoy escuchando Mi hija me propone si quiero que le pregunte "al ciego" (mi hija no es politicamente correcta ni creo que lo vaya a ser nunca), cuál es esa canción y antes de que le diga nada se planta en el kiosko diciendo: "Por favor señor , ¿Esa música como se llama?.
El invidente dice que es Polo Montañez. Yo, que no he escuchado bien, le replico desde detrás de mi hija por la ventanilla "¿Pablo Milanés ha dicho usted?"
El caballero invidente me dice que no , que es Polo Montañez. Le pregunto como se llama esa canción y me dice que no lo sabe porque es una cinta que le ha grabado un amigo. Pero yo me he quedado con una frase de la letra y ya sé como encotrarla. Cuando subimos a casa, antes de abrir el Kazaa, busco en el Google "con los dedos de sus manos, se abre surcos en el pelo" y luego añado "Polo Montañez". Y allí estaba: "Si fuera mía" . Al rato, aquel violín delicioso sonaba en mi cuarto.
Y así fue como una canción me asaltó en la esquina de un cajero.

Escrito por La caminante a las 4:13 AM | Comentarios (6)

17 de Mayo 2005

Cosas que ocurren mientras duermo.

Era como un jardín de una casa grande, lleno de gente bien vestida que se saluda y se abraza y luego siguen paseando entre parterres. Yo no saludo a nadie y estoy convencida de que aquello en la celebración de una boda. Alguien avisa de que ya va a empezar e interpreto que nos avisan para comer y me pregunto si yo estaré vestida para una boda. No me veo ni hay espejos. Pero no nos han avisado para comer, sino para ver teatro, y yo no sé donde se puede ver ese teatro en aquel jardín ni si estoy vestida para ir al teatro, porque no me veo...
-Vaya, otra vez has puesto la boca de patito mientras duermes-
Oigo su voz y siento su mano que aparta el pelo de mi cara con suavidad. Ahora no estoy soñando. Él me está despertando porque me he quedado dormida en el sofá. Intento abrir los ojos y sonreir y consigo lo segundo antes que lo primero. Mientras despierto, le vuelvo a preguntar sobre aquel día, uno de los primeros días, en el autobús de vuelta de Zafra.
-¿Boca de patito? ¿Como aquel día en el autobús?-
-Si- Y me ayuda a levantarme del sofá.
-¿Cuanto tiempo estuviste ese día mirando como dormía?- Sé la respuesta y me conozco la historia pero coservo de cuando era niña la costumbre de querer que me cuenten algunas cosas varias veces.
-Todo el tiempo que estuvistes durmiendo, unos tres cuartos de hora-
Me acompaña de la cintura por el pasillo hacia la habitación porque aún estoy medio dormida.
-¿Y que hiciste?-
-Te aparté el pelo de la cara-
-¿Y luego que pasó?-
-Que despertaste y sonreiste-
-¿Y qué pensaste?-
Lo que pensó aquel día en un atobús es la causa de que me esté acompañando medio dormida por un pasillo esa noche.
Y así ocurren a veces algunas cosas importantes en la vida. Te puede estar cambiando el destino y a una le pilla dormida.

Escrito por La caminante a las 5:58 PM | Comentarios (10)

13 de Mayo 2005

Ummm...una europea....

-Seguramente me tomarán por puertorriqueña o panameña o algo así-
Le dije a Jorge Cadaval, (la mitad de los Morancos), hace siete años cuando preparaba mi primer viaje a Estado Unidos; a Nueva York, por Navidad.
-Qué va.. Ellos notarán enseguida que eres europea- Me contestó él que conoce esa ciudad como la palma de su mano, mientras me apuntaba en un papel las direcciones para comprar ropa.
-Eso será a ti, guapo, que eres rubio como un alemán, pero yo con esta piel y este pelo…-
-¿Piel? Mercedes, cómo se nota que no has pisado Nueva York . Allí verás colores de piel que ni imaginas que existen. No es por los rasgos, es por otras cosas que lo notan-
-¿Que eres española?- Le pregunté.
-No, que eres europea- puntualizó él.
Efectivamente, en aquel viaje sólo una persona se confundió con mi origen. Estaba sola en la acera de la Quinta Avenida cargada de bolsas del GAP, esperando una taxi para volver al hotel cuando un hombre de mediana edad se me acercó y preguntó: “Excuse me, madam. Are you brazilian?”. Contesté en castellano “No” y crucé a la otra acera para esperar el taxi allí. (Daba igual el sentido en el que lo parara. Aquello es una cuadrícula).
Dos años más tardes volví a aquel país, pero esta ocasión fue en verano. Cuatro personas recorrimos parte de la costa oeste en un coche alquilado, desde San Francisco a Los Ángeles. En Los Ángeles nos dividimos y mi pareja y yo cogimos un avión hacia las Vegas. Tal como me dijo Jorge, efectivamente, enseguida nos preguntaban de qué parte de Europa procedíamos. Ya en este segundo viaje me planteé dos preguntas. Si yo me tenía a mí misma como alguien reticente a manejar estereotipos por qué estaba tan convencida hasta ese momento de dos cosas: 1- Que ser español es algo que se nota. 2- Que ser europeo no se nota.
Estaba resultando que nada de eso, sino todo lo contrario.
En un restaurante de la calle Melrose Place, “La luna”, en Hollywood, la recepcionista nos preguntó, al salir, si éramos franceses, españoles o italianos. Antes de que los demás dijeran con orgullo patrio que éramos españoles y a apostillar, “yo de Madrid, yo de Córdoba…”, como si aquella mujer se tuviera que saber el mapa de España mejor que un escolar de la ESO, interrumpo y le pregunto, “¿Por qué de alguno de esos tres países? ¿Pero por qué aciertan casi siempre?.
“Es fácil, los europeos latinos toman alcohol con las comidas, visten muy bien, piden café expreso, salen a la puerta a fumar y siempre llevan unos zapatos maravillosos”. En ese momento, los cuatro nos miramos los zapatos repentinamente como nos hubiéramos mirado el pantalón si nos hubieran dicho que llevábamos la cremallera bajada.
Los demás se sintieron halagados y yo me sentí ridícula.
Me sentí ridícula por haberme sentido alguna vez diferente a un gallego o a un vasco como andaluza, o a un almeriense o un malagueño, como sevillana. Me sentí ridícula por creer que llevo a España escrita en la cara como si fuera Paco Martínez Soria. Me sentí ridícula por tanto localismo obstinado y absurdo que en nuestro país en concreto se ha convertido en especialmente peligroso. Me sentí ridícula porque me di cuenta que si tomas un océano de distancia de la esquina de tu calle, tu procedencia es un continente entero y no esa esquina.
Aquella reflexión culminó en Las Vegas.
Mi entonces marido y yo nos alojamos en un motel. Uno de esos que tiene las habitaciones en torno a una piscina donde nunca se baña nadie, a pesar del calor del desierto de Nevada. Trabajaba en el motel un hombre de origen mexicano del que nunca tuve claro si era el director o el dueño o que se yo, porque a veces estaba en la recepción, otras servía los desayunos y otras arreglaba la piscina. De las tres mañanas que estuvimos allí, la primera, le pregunté en castellano mientras servía el desayuno. ¿Tienen café expreso, por favor?. Me mira con la jarra de transparente café americano en la mano y empieza a canturrear: “Ummm, una europea… una europea…” Volvió con otra jarra de café menos transparente con el que me tuve que conformar.
Supe que ese hombre me tenía una gran simpatía y no sólo porque las dos últimas noches al llegar a la habitación encontrara chocolatinas en mi mesilla de noche, o porque hablara en tercera persona de mi delante mía llamándome “la dama”, cuando le decía a mi entonces pareja, “este restaurante le gustará a la dama” o “que no se pierda la dama este espectáculo”, sino porque a veces me intentaba provocar con algún comentario punzante acerca de mi origen europeo, (apenas hacía referencias a España).
El último día, esperaba a mi pareja en la recepción para salir. El mexicano estaba allí y comenta en voz alta. “La europea está muy elegante. Se equivocó de avión. Quería ir a Montecarlos y ha venido a Las Vegas”
Es cierto que yo llevaba un vestido de verano hasta el tobillo y unas bonitas sandalias con tacón . Es cierto que mientras en los casinos europeos, los caballeros no pueden entrar sin corbatas, en los norteamericanos se acuden con pantalón corto y riñonera como si se fuera a un parque temático. Es cierto que en Estados Unidos, muchos van vestidos como si hubiera que salir corriendo de un momento a otro, (será de tanto ver películas de catástrofes). Pero entendí que aquel hombre quería jugar y no me resistí. Me acerco al mostrador de recepción, pongo una mano en la cadera, me sacudo la melena y le digo muy bajito y despacio al hispano: “Señor americano, en mi país, las mujeres vamos con vestidos como este a trabajar el día que tenemos menos tiempo de arreglarnos”.
Una risa estruendosa del mexicano invadió aquella recepción. Cuando por fin llegó mi pareja y salíamos hacia la puerta, se quedó aquel hombre canturreando: “Ummmm… una europea….una europea…”

Escrito por La caminante a las 6:58 PM | Comentarios (18)

11 de Mayo 2005

Los muertos

Me he dado un paseo por blogs que no conocía y he percibido en algunos mucho dolor, mucho desconcierto por presencias que no están y que algunos no se convencen en convertir en lo que son, ausencias.
Aprendí en esta vida a decir adiós, y aprendí también a enterrar a los muertos. Y cuando aprendí, me permití vivir y caminar, que es lo que hago. Pero no dejo de comprender esos duelos que no están resueltos y de interpretar el código de sus gemidos.
Si acaso a alguien le sirve de algo, les regalo este acto funebre que escribí alguna noche de hace algunos años. A cosas como estas debo mi alegría presente.

LOS MUERTOS

Aquellos ahora son muertos.
Nosotros, los de ahora, vivos
que los recuerdan.

No sé como serás ahora.
Yo no soy la misma de entonces.
Y aquella fue la que amó a aquel,
el que tú eras.

La de entonces no existe, solo es una huella en mí.
Aquel no será como era.
Aquellos se amaban pero ya no somos ellos.
¿Con qué frecuencia su pensamiento coinciden?
El recuerdo va perdiendo su energía,
como una estrella vieja.
Aquellos murieron,
tú cuando decidiste matarme,
yo cuando decidí morir.

Aquellos no somos ni tú ni yo
ni viven en ti o en mí,
Porque no viven.
Vivimos nosotros, que somos otros.
Ni tú ni yo somos aquellos.

Escrito por La caminante a las 9:56 PM | Comentarios (7)

10 de Mayo 2005

Blogomaratón solidario.

A los que me ayudaron...

Llegué una tarde de diciembre a las seis de la tarde con mi hija a aquel piso. Me abrió la puerta un niño de seis años, moreno, guapo, delgadito e inquieto.
-Consuelo no está- Dijo. Salió corriendo y dejó la puerta abierta. Entramos y más allá del vestíbulo había luz en la cocina. Allí estaba sentado otro niño de unos siete u ocho años, escribiendo una carta y mirando un catálogo de juguetes. Era Fran.
-Consuelo no está- Me dijo cuando entramos en la cocina.
-Vengo a ayudar a hacer los deberes a Macarena ¿Estais sólos?- Le pregunte.
El contestó:-No- y luego levantó el catálogo y me señala un camión teledirigido. -¿Te gusta lo que le he pedido a los Reyes Magos?-
-Es muy bonito- contesto. Mi hija, que entonces tenía la misma edad, se acerca y observa el camión detenidamente.
-¿Qué más has pedido?- Le pregunta ella. Fran la mira soprendido. -¿Que más?. Sólo se puede pedir una cosa-
-¿Sólo una?- Se asombra ella también. -Traen más. pero sólo podemos pedir una- le aclara él y sigue escribiendo. -Si os esperais, os leo la carta cuando la termine- murmura apretando el lapiz contra la libreta.
Viene Sergio, el niño que nos abrió la puerta, empuja a mi hija y sale corriendo.
Fran, sin levantar la cabeza de su carta, comenta -Que niño más violento. Eso será porque su madre lo llevaría a kárate cuando era chico-
Mi hija dice -Aún es chico-

A Sergio su madre no le llevaba a kárate, ni tampoco le llevaba al colegio. Segio y Jose, su hermano dos años mayor, se quedaban encerrados en su casa, a veces días, a veces a oscuras. Alguna vez se escapaban por la ventana , llamaban a la puerta de los vecinos y pedian de merendar.
Su madre, única progenitora conocida y adicta a la heroína perdió los derechos sobre ellos. La Junta de Andalucía los retiró y pasaron a disposición de adopción. Sergio ya ha sido adoptado, Jose no.
Fran y Macarena no pueden ser adoptados, porque su madre, que los maltrataba hasta enviar a Macarena al hospital más de una vez, sí perdió sus derechos, pero el padre, que nunca les hizo nada malo, aún los conserva. Pero su padre es aparcacoches. No puede mantenerlos. Fran y Macarena fueron declarados en "desamparo". Las custodia de los Frans, Macarenas, Sergios y Joses de España la tenemos todos a través de los Servicios Sociales de las Comunidades Autónomas. Pero la mayoría de los españoles no sabemos de la suerte de ellos. De dónde vienen y cuál seran sus destinos. Cuando una Comunidad Autónoma retira un niño a sus padres, sólos nos enteramos de los casos dudosos o polémicos. Los casos más claros, que son los más terribles, se quedan en un limbo informativo. Porque los niños no saben ir a una comisaria a denunciar, ni a un juzgado de guardia, ni a un programa televisivo de testimonios con una peluca puesta...
Algunas O.N.G.s y alguna congregaciones religiosas, actúan junto con la administración para acoger a esos niños mientra su situación se resuelve.
En el caso de estos niños del piso, es la congregación de religiosas el Hogar de Nazareth, que se organizan en pisos donde viven alrededor de ocho niños con dos cuidadoras. Me puso en contacto con ellos mi madre. Me comentó que en aquella casa, a la hora de las tareas escolares, las religiosas cuidadoras no daban abasto para explicar "Conocimiento del medio" y bañar a los más pequeños. Porque en el colegio, a estos niños se les exigirá el mismo rendimiento que a los demás. Me ofrecí a ir por las tardes ayudar y así es como aprendí algunas cosas de la trastienda del Primer Mundo.
También hay bebés. Recuerdo a Toñi y su piel azul. Nació con una malformación en el corazón a causa del "Síndrome de alcoholismo fetal".
Era un pequeño problema mecánico que no le permitía a su minúsculo organismo oxigenarse como es debido. A Toñi, como a otros bebés que nacen enfermos, algunas madres los abandonan en el mismo hospital una vez que saben que lo están. Consuelo y Belén, mis dos amigas religiosas se hicieron cargo de ella. Belén dormía a su lado, pendiente de cada hipido, cada respiración. La operaron a corazón abierto y cerraron esa pequeña vávula que el alcohol que ingirió su madre afectó. Toñi se convirtió en un bebé sonrosado que al poco tiempo fue adoptada dejando atrás su pequeño pasado de asfixias.
Estuve visitándoles muchas tarde, ayudando a hacer los deberes, acompañándoles a ver la Cabalgata de Reyes, colaborando en la hora del baño..
Un día me di cuenta que eran ellos los que me ayudaban a mí. Un día sentada con ellos en el cesped del parque de los Principes, repartiendo bocadillos y zumos, mientras comía pipas con Belén y con Chari y veía a los niños correr y jugar con mi hija. Noté que eran ellos los que estaban haciendo mucho por mi, los que disiparon con sus manitas muchas tonterías de mi cabeza, preocupaciones absurdas, ,miedos vanales, obsesiones insanas. Me hicieron, si no mejor, más limpia.
Les quiero devolver el favor. Permítanme el oportunismo.
Siempre necesitan cosas, como todos los niños. Necesitan ropa, libros, material escolar. Son niños normales, o eso se pretende. Por eso no les sirve almacenar kilos de arroz, ni usar ropa desechada por otros, ni jugar con juguetes rotos.
Consuelo, que los cuida cada día, hasta que los devuelve al mundo y a la sociedad en condiciones de ser hombres y mujeres útiles y felices, sabe lo que necesitan. Su teléfono es 627 242575.
Consuelo sí está.

Escrito por La caminante a las 12:04 PM | Comentarios (10)

7 de Mayo 2005

Tratado de la sinceridad.

Una persona "pretendidamente sincera" y otra persona "esencialmente sincera" dialogan un día.

"Pretendidamente sincera"- Te voy a ser sincera...
"Esencialmente sincera"-¿Qué es lo que ves mal?
"Pretendidamente sincera"- No te vayas a molestar, ¿vale?
"Esencialmente sincera"- Me pregunto, si no quieres molestar, por qué vas a hacerlo.
"Pretendidamente sincera"- Lo hago por tu bien.
"Esencialmente sincera"- Entonces, ¿Mi destino depende de tu opinión?
"Pretendidamente sincera":-Es que yo pienso...
"Esencialmente sincera"- Yo también pienso.
"Pretendidamente sincera"- Pero piensas mal.
"Esencialmente sincera"- ¿Por qué?
"Pretendidamente sincera"- Porque no piensas como yo.
"Esencialmente sincera"- Yo no estoy interesada en saber cómo piensas.
"Pretendidamente sincera"- Lo siento. Es que yo soy así de sincera. Digo siempre lo que pienso.
"Esencialmente sincera"-Estoy de acuerdo contigo. Yo también siento mucho que lo hagas.

Escrito por La caminante a las 1:41 AM | Comentarios (13)

Economía angélica.

Mi angel de la guarda, o uno de ellos, es un buen contable y administrador. Siempre que tengo un gasto extra, me llega, de alguna parte, un ingreso. Hasta ahora, siempre...

Escrito por La caminante a las 1:02 AM | Comentarios (6)

4 de Mayo 2005

Las tres de la tarde.

"Pero si hace un momento tenía las llaves del coche en la mano...
¿Y dónde guardaba la otra copia?. Ah..ya. Menos mal. Voy muy tarde.
Tengo la cabeza a las tres de la tarde."

"Tengo la cabeza a las tres de la tarde", se volvió a repetir, al día siguiente, cuando se dió cuenta que se le había pasado el plazo para pagar la contribución urbana y que tendría que abonar un recargo.

Ese mismo día, a las tres de la tarde notó que tenía la cabeza en su sitio. Se acordaba que todo lo que tenía pendiente por hacer y dónde estaban todas las cosas que había perdido. Cuando iban llegando las cuatro de la tarde se fue paulatinamente olvidando.

Aprovechó, cada día, a las tres de la tarde, para organizar su vida, antes de que dieran las cuatro . Pero también se dió cuenta que a esa hora también se acordaba de cosas de las que él, el algún momento se había olvidado aparentemente por siempre. Porque no es lo mismo recordar que acordarse.

Mientras encontraba, a eso de las tres y siete minutos de la tarde, la cámara de fotos perdida desde hace meses, también revivía escenas remotas e inexplicables, pero reales en su pasado.

Algunas eran livianas y otras oscuras y asfixiantes, pero el aire del olvido llegaba a partir de las cuatro.

Algún día se acordó del lugar recóndito donde guardó una carta que nunca debería haber perdido, o que nunca debería haber olvidado contestar y se acordó de más cosas. Cosas que le llevaron a temer que llegara las tres de la tarde.

Algún tiempo después tuvieron que forzar su puerta. Encontraron su cadáver con los ojos abiertos de forma desmesurada.
El forense informó que el súbito fallecimiento ocurrió sobre las tres de la tarde.

Escrito por La caminante a las 11:42 AM | Comentarios (12)