27 de Diciembre 2004

Lo espejos enfrentados

El paranoico no duda. No sospecha. Cree. Este pensamiento le hizo sentirse a salvo. La primera vez que se vio le pareció algo anecdótico, casi gracioso. Estaba en una sala de cine viendo una película de acción y de repente, en un punto de una escena callejera, se vio en la pantalla, saliendo de una tienda. Después de la perplejidad vino la sonrisa, luego la negación, más tarde el asombro. Primero sintió la confusión consecuente de no encontrar entre sus recuerdos ningún momento en el que él hubiera visto un rodaje en plena calle y menos haber cruzado por medio de alguno con el desparpajo con que él mismo se vio en la pantalla. Ni siquiera recordaba la tienda ni la calle. ¿Pero recordamos todas las tiendas y las calles por las que pasamos? De cualquier forma, lo que había visto le pareció imposible y fruto, o bien de su imaginación, o bien de la casualidad. El asombro vino después, meses después, una vez olvidada aquella tarde en el cine en la que se vio a sí mismo en una escena de una película. El asombro vino cuando en el televisor de su casa, en una tarde pasiva e insípida, saltando de canal en canal, vio una escena de una película cualquiera, en una estación de trenes, a un antiguo compañero de universidad cruzar por detrás de la pareja protagonista que se despedía en el andén. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la sonrisa que había asaltado su cara estaba cercana a una mueca de nerviosismo y que, aun sin saber qué juego de la casualidad le había llevado a coincidencias tan curiosas, sus manos, por su cuenta, habían empezado a sudar. Pero su cuota de sensatez le llevó a abandonar todo pensamiento sobre esas dos inexplicables casualidades, porque la sensatez, casi siempre nos invita a hacernos las menos preguntas posibles. Y gracias a su sensatez pasaron dos años sin que se exigiera a sí mismo ninguna explicación lógica para algo que era tan poco probable y por otra parte, tan poco trascendente. Pero una tercera ocasión ya le pareció excesiva, sobre todo porque esta vez si recordaba el momento y además porque también vio más personas de su entorno incluidas en aquella secuencia de una película en blanco y negro en un parque, donde uno de los actores esperaba a otro protagonista. Los niños que jugaban eran por él conocidos, porque uno de ellos era él mismo, y porque el abrigo de aquella mujer que se acercó y le dio la mano nunca se borraría de su mente. Era el abrigo de su madre. Aquella mano, al fondo, imprecisa pero conocida, era la de ella, tomando su propia mano, infantil entonces... No podía ser.....

Durante un tiempo, contempló incansablemente películas y películas sin apenas percibir las historias que en ellas se contaban. Escrutaba cada imagen buscando infatigablemente algún rostro conocido, un paisaje, incluso una voz. De las tres películas en las que él había encontrado trozos de su propia vida no se podía establecer una relación temporal y geográfica que dieran sentido a tanta casualidad. Cualquier conclusión quedaba dentro de lo posible, pero no determinaba nada. Luchó contra su propia obsesión. Intentó espaciar sus visitas a las salas de cine hasta dejar la frecuencia lo más cerca posible de la normalidad y pretendió decididamente dejar de ser el socio más compulsivo del vídeoclub de su barrio. Pero en la normalidad de su vida, aquellas tres “casualidades” habitaban como fantasmas en una vieja casa. Aún así, su naturaleza había quedado permanente intrigada y bajo la apariencia de una intensa y dedicada afición al cine, esa intriga se alimentaba constantemente no sólo con las películas en “las que se buscaba” sino con la lectura de revistas especializadas y la participación en foros y canales de conversación de internet. Fue en esto último, donde antes de ver algo de sí mismo de nuevo en una pantalla, encontró por fin la referencia de que esa situación burlona e inesperada que había asaltado su vida desde hacía algunos años, zarandeando su realidad entre un lado y otro de una pantalla, no era única. Fue en una canal de cine, una noche... Un desconocido habló con él en privado, como tantas veces... Una conversación más sobre alguna película hasta que leyó en su pantalla aquella frase que abría por primera vez el ángulo asfixiante en el que él daba vueltas sin parar, como un tigre enjaulado. La frase terminaba “..y además fue en esa película donde por primera vez me vi”. Contempló la frase en la pantalla, sobresaltado. Parpadeó y sintió escozor en sus ojos. Las palmas de sus manos, de nuevo, comenzaron a sudar. Tecleó atropelladamente –“¿Te vistes?". Esperó la respuesta. Miraba la pantalla fijamente mientras empezaba a escuchar su propia respiración. De repente, apareció la frase. –“Sí, me vi. me he visto varias veces. A mí y a otros.” Sintió a su corazón saltar, probablemente no saltaría, pero sentimos muchas cosas que no ocurren de la misma manera que ignoramos tantas otras que sí ocurren. Que alguien cuente algo tan extraordinario a un desconocido es sumamente extraño, pensó, pero en este medio, lo extraordinario se vuelve ordinario. La gente cuenta sus intimidades a personas que no saludarían siquiera si los conocieran en su propio entorno. O estaba ante uno de esos “extrovertidos” de la red o simplemente era un pobre loco que había inventado una mentira tan disparatada como su propia realidad. Y lo primero le parecía, de las dos posibilidades, la más probable. Tuvo el impulso de abrir por primera vez su alma que había vivido últimamente bajo el peso de un signo de interrogación, pero de nuevo la cautela le guió. Optó por ganarse su confianza y entablar una amistad virtual con el desconocido, con Grock, como se hacía llamar y así pudo saber más...


Después de bastantes noches de conexión con Grock, supo que un número indeterminado de personas en el mundo se había visto alguna vez o varias en secuencias de películas de una forma y en una frecuencia inexplicables. Que no solo habían podido observar que se podían ver a ellos mismos de forma fortuita, sino a conocidos de cualquier índole. Que era prácticamente imposible establecer una relación causa-efecto para esas apariciones, puesto que nadie había dado testimonio de que en esos momentos que “aparecían”, ellos tuvieran conciencia de participar en un rodaje. Pudo, por primera vez, conocer a más personas de distintas zonas del mundo que participaban de su mismo desconcierto y también compartir ese peso que presionaba toda su capacidad de establecer relaciones lógicas entre las cosas que sucedían a su alrededor. Entonces no tuvo ninguna duda de que no había nada más apremiante en su vida que despejar aquel interrogante que fragmentaba todo el orden que hasta entonces, había dado referencias a su existencia. Una noche, Grock, le esperaba impaciente. Por fin había tenido noticias de alguien que parecía tener una respuesta; le habían hablado del viejo francés...


El viejo francés vivía en Bensançon y algunos decían que tenía más de 100 años. De lo único que él pudo asegurarse fue de lo primero. Y allí fue dispuesto a buscar esa verdad que ordenara de nuevo las cosas. Decían que el viejo francés podía hablar varios idiomas, porque había combatido en todas las guerras internacionales del último siglo, y las guerras hacen viajar mucho...
El viejo francés era ciego, pero no lo supo hasta que no estuvo ante él. Ni luz, ni espejos, ni cuadros en su casa... Nada para ver.
- "Me he visto...”
Fue lo primero que él acertó a decir una vez que hubo entrado en la oscura casa del viejo y este le hubiera recibido con una seca pero correcta hospitalidad.
- Pocos lo hacen- (Respondió el anciano).- La atención suele estar captada. ¿Es que tienes problemas de concentración?.
Él recordó que sí, que siempre tuvo problemas para concentrarse en lo que se suponía tenía que ser lo principal, por ejemplo en una clase del colegio perdía la atención sobre el profesor para observar otras cosas, como la evolución de una sombra en la pared... Luego, de adulto, supo que ese era uno de los síntomas por los que se detectaba que un niño podía ser un superdotado, por sus problemas de atención...
- Sí, claro, solo se puede observar una cosa, lo demás solo se ve, o no...-Con estas palabras contestaba el anciano a sus pensamientos.
Levantó la cabeza sobresaltado, como si el viejo le hubiera despertado de un sueño hablándole de lo que estaba soñando.
-¿Si...? atinó a decir desconcertado.
- Estás asustado.-
- Sí.
- Es normal, pero no te resolverá nada. Tu quieres saber ¿Verdad?
-¿Por qué algunos estamos en las imágenes?
- Todos estamos, solo algunos se ven.-
Miró los ojos sin mirada del viejo..
-¿Tu también te has visto?-
El viejo rió, como si él se hubiera tropezado caminando.
- No hagas tantas preguntas en una sola, si quiere saber cuando perdí la vista, pregúntalo. Si quieres que te diga que sé acerca de esto, pregúntalo. Pero ordena tu pensamiento, muchacho. Solo te podré dar respuestas si tú sabes cuales son tus preguntas.
-Quiero saber.- Esta no era una pregunta, sino una petición urgente a la quel viejo atendió.
-No vemos todo lo que está delante de nosotros, y a veces, cuando lo vemos, no lo creemos.
-Eso no me aclara nada
-Eso es todo
Él levantó la cabeza con un gesto desesperado, el viejo la ladeó como si le hubiese visto.
-Necesitas más palabras, te las daré...
Sacudió la cabeza suavemente y empezó:
-Cuando te asomas a un espejo, tu te ves porque te has asomado, pero un espejo puede reflejarte sin que tu, ni te veas ni lo sepas. Tú ves del reflejo de un espejo sólo lo que puedes ver desde tu posición, pero el espejo refleja más cosas de las que tu puedes ver.
Empezaba a pensar que había hecho un viaje inútil para escuchar a un viejo que le diría obviedades.
- El espejo refleja todo, eres tú el que tienes limitada tu perspectiva...
-¿Y que tiene que ver con las imágenes de una pantalla de cine?
-¿Qué tiene que ver las imágenes con las imágenes? ¿Qué tienes que ver tú contigo? ¿Qué tienen que ver las horas con el tiempo?

Empezaba a comprender. Quizá le quería decir es que lo que llamaban ficción no era más que un extracto de la realidad. De una realidad que se podía cruzar y multiplicar como los reflejos de un espejo...
-Has invertido los términos.
De nuevo el anciano parecía haberle leído el pensamiento...
-¿Entre ficción y realidad?
Preguntó. El viejo volvió a sonreír
-Esos hermanos quisieron darnos de nuevo la fruta del árbol de bien y del mal. Todos quisieron ver y saber...
De esa frase no puedo sacar ningún sentido. El viejo continuó
- Cada instante que vivimos, está adosado o entrelazado a los instantes de otros seres y otras cosas. Podemos enfocar nuestra atención hacia algo, pero a su lado o detrás, pueden estar pasando situaciones tan interesante o más., y cada cosa que suceda tendrá sentido en cuanto no deja intacto este mundo ni nada que él contenga. Todo, al igual que la imagen contenida en un espejo, será susceptible de ser visto dependiendo de la posición que el observador adopte.-
En ese momento perdió la esperanza de encontrar una respuesta concreta a porqué él y algunos como él, podían encontrarse casualmente con trozos de su vida en una película. Sólo había conseguido una bonita teoría sobre el reflejo de los espejos.
- Me tengo que ir.
Dijo esto bastante incómodo, pero con urgencia. El viejo hizo como si no le oyera.
-Tu temes la muerte, supongo. Pero la muerte sólo es una secuencia más. Lo peor es la eternidad. Yo no quise ver, porque así podré morir seguro. Ya ves, y he perdido la cuenta de mis años, después de acercarme tanto a la muerte...
El viejo, en ese instante, dirigió sus ojos hacia él, como si lo mirara.
-Si un espejo se enfrenta a otro, cada uno solo puede reflejar la misma imagen del otro hasta el infinito, y no hay más... Tu querías palabras, ya las tienes.
Se fue de allí despidiéndose con acelerada cortesía, de aquel anciano. No creía haber sacado ninguna respuesta de él. Nunca más lo vio ni supo más de su suerte.

Pasó el tiempo y pretendió haberlo olvidado todo. Evitó todo contacto con aquellas personas que como él, alguna vez intuyeron que en las pantallas, no se representan sino que se muestran trozos de realidad escogidos; sí no por el azar, sí por un criterio poco menos aleatorio que ese. Aquello que él creyó con el tiempo un delirio, fue desvaneciéndose en su mente. Aunque a duras penas, la ansiedad ante la posibilidad de verse alguna vez cruzando una calle, comiendo en un restaurante o viajando en autobús en una película, había desaparecido por completo. Todo aquello solo fue un extraño e inquietante recuerdo hasta aquella tarde en el cine.
La película era una más de las que se estrenaban aquel año. De repente vio al protagonista entrar en una sala de cine. El hecho de que la entrada de la sala se pareciera a la de la sala en la que estaba él, le produjo un sobresalto y le devolvió viejos y casi olvidados escalofríos. Intentó serenarse. En cualquier caso desconfiaba de lo que podía ofrecer la pantalla, porque mientras el barrido de la cámara iba ofreciendo los rostros de las personas que estaban en la sala, las palabras del viejo francés acudían a su mente con una contundencia que helaba sus manos y sus pies. “Si un espejo se enfrenta a otro, cada uno solo puede reflejar la misma imagen del otro hasta el infinito, y no hay más...” Eso es la eternidad, aquella que el viejo francés definió como mucho menos deseable que la muerte. Este pensamiento, que le estaba poniendo los músculos tensos y las vísceras revueltas, además de una fuerte opresión en el pecho, se desarrollaba en su mente mientras contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él
mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él
mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla...

(SIN FIN)


Mercedes García. 20 de febrero de 2000.

Escrito por La caminante a las 10:50 PM | Comentarios (3) | TrackBack

24 de Diciembre 2004

El alelo largo

"Por otra parte, se ha detectado en humanos un poliformismo en la proteína que constituye el receptor D4 de dopamina: los individuos que portan una variante determinada, concretamente la codificada por el alelo llamado "largo", tienden a ser personas ávidas de novedad y buscadores de situaciones placenteras, en mucha mayor medida que quienes sólo portan la variante "corta" del gen..."
Fundamentos Biólogicos de la Conducta (Sanz y Torres).

Esto es lo que me he encontrado en un texto académico al que tengo que dar la razón si quiero aprobar, o sea, si quiero que certifiquen que sé de lo que me interesa...
Hay una cadena de proteinas en forma de codones o que se yo, que si se extienden más de la cuenta, estás llamado a ser una bala perdida o un garbanzo negro o vete tu a saber. Mira que sencillo, lo de Oscar Wilde y Alan Poe, por ejemplo, era un exceso de aminoacidos encadenándose.
De todas maneras, lo crea o no, me he encontrado con la posibilidad de tener una alelo más largo de la cuenta, y de ahí el desbarajuste..
Mi madre ya me lo dijo: eres igual que tu abuelo paterno, nada te sujeta.
Mi condición femenina me exonera de medirme ninguna longitud , pero la sentencia de mi madre y la indicación académica del alelo pendulón me ponen sobre la pista.. Al final soy víctima del furor de las proteínas. Yo encantada de que cualquier cosa tenga la culpa, menos yo.
Bendito sea el "alelo largo"
Le cuento lo del alelo a una amiga mientras escucho en su coche a María Jiménez. Si María fuera cubana se llamaría "La Lupe", si fuera norteamericana, "Billy Hollyday". Pero la pobre nació en un país con una gran vena mojigata llamado España y es María Jiménez, una alcoholica despechada a la que le adivino el "alelo largo" entre las piernas mientra le oigo la "canción de amor nº 2".
No, si al final va a resultar que somos una casta...
Una especie de impertinentes...
Yo con la genética estoy dispuesta a ser muy obediente, ya que no lo soy con el ambiente.
En realidad es cinismo, con la genética no puedo ser más obediente que con el ambiente, me lo dictan mi abuelo y su alelo largo, ¿Qué le voy a hacer?

Escrito por La caminante a las 2:32 AM | Comentarios (2) | TrackBack

19 de Diciembre 2004

Antique

No me gustan las discotecas. Nunca me han gustado. Pero a veces, por asuntos casuales me veo en alguna. La madrugada del sábado estuve en Antique. Uno de esos sitios de Sevilla de los que los tertulianos del corazón nombran en sus geografías de suciedades públicas. Estuve allí en hora punta. Un corpulento en la puerta me dió el visto bueno para que entrara. Estuve por enseñarle la dentadura para que me confirmara si era apta para la ganadería, pero mi dentista aún no ha terminado la endodoncia de uno de mi molares y tampoco hay que tentar tanto a la suerte, que afuera hacía frío. Enseguida me zambullí con mi amiga en una estridente marea humana mientras buscábamos al resto del grupo que había llegado antes. Cuerpos diluidos entre ellos, cuerpos y más cuerpos. Maquillados, pintados de azul por la luz, cubiertos de una falsa piel de ropa para gustar, ojos abrillantados por el alcohol y otras cosas, miradas de hambre, cuerpos buscándose... Intenté hablar pero no conseguía oir mi propia voz, así que me lo dije todo a mí misma, mientra nadaba entre esos cuerpos buscando a mis compañeros. Ellos estaban arriba, en la zoña vip, ( me suelo juntar con gente muy espabilada). Yo tenía un pase vip de esa discoteca que me enviaron hace años cuando se inauguró pero lo perdí la misma semana que lo recibí y nunca lo he utilizado. Macarena se desenvuelve muy bien con estos guardianes de la noche y algo le dijo al de aquella zona que nos abrió paso. Arriba ya había suficiente espacio como para tener una perspectiva del projimo más allá de la nuca o la orejas. Entre caras conocidas me tomo una copa, pero sigo sin conseguir oir lo que dice nadie. Es más, no sé si quiero oir lo que alguno intenta decirme. Pero él dispone de sus manos y sus ojos para dejarlo muy claro. Ya están hechas todas las traducciones y mientras pienso y escogo entre las miles de maneras de decir "no", el mismo "no" que tendría que haber dicho hace algunos años y que se postergó hasta esa noche, miro hacia abajo, a ese mar de cuerpos y ruido de la primera planta. Observo el ritual de los que quieren ser elegidos para lo que sea, pero elegidos. Observo una coreografía de egos puestos a prueba. Me gustaría gritar desde arriba: no os dejeis la piel en ello, no lo merece.. Pero allí no se va a oir palabras, es obvio. Por eso me vuelvo y contesto. Muevo la cabeza de lado a lado en ese gesto universal e inequívoco que significa "No".

Escrito por La caminante a las 1:20 PM | Comentarios (5) | TrackBack

12 de Diciembre 2004

Eva comió primero

"...En el centro del paraíso había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste (...)"

El tío de Andrés pronuncia una ironía de esta frase mítica - y Dios, seguramente, añadió: “Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá”

Pío Baroja, El árbol de la ciencia


Delante de la Mezquita de Almanzor en Rabat he hablado de religiones con Ahmed. De alguna manera, llegamos a situarnos en el Génesis, cuando Dios expulsa a Adán y Eva del Paraiso (Le cuento que en mi país hay creyentes acérrimos que nunca han leído la Biblia, pero que esta agnóstica occidental sí se la ha leído y quizas por eso lo es). Mi amigo musulmán interpreta en ese episodio unicamente el desafío de lo humano a lo prohibido. Yo le digo que no es sólo eso, no es eso...
Dios no sólo prohibe, tambien explica. El árbol de la vida les dará eternidad e insconciencia, el árbol del bien y del mal les otorgará la ciencia y la muerte.
Dios no prohibió puesto que no impidió, Él advirtió. El puso lo arboles con sus consecuencias en el Paraiso y a dos criaturas semejantes a Él, a medirse con sus árboles, Lo organizó todo muy bien. A pesar de lo que decía Einstein,(con todo los respetos), esta es una perfecta tirada de dados. Intento explicar en la explanada de esa Mezquita que el Génesis insinúa en ese capítulo el dolor de la consciencia: nuestra condena no son los dolores del parto ni el sudor de nuestra frente, es la responsabilidad de saber. Pero tal que estoy recreando esa vieja historia caigo en la cuenta que Eva comió primero. El hombre no se condena por culpa de la mujer como siempre me han contado. Eva se condenó a si misma y el que venga detrás que arree. Quizás si Eva no hubiera comido, Adán estuviera pastando feliz en un prado. También se podría haber condenado Eva y Adán seguir siendo un virtuoso insconciente en el Paraíso Terrenal. Pero la cultura nos cuenta que el hombre pecó porque la mujer le tentó y no es cierto. Pecó la mujer y no la tentó la serpiente sino el mismo Dios que le dió demasiadas explicaciones. Luego vino Adán y con un primer acto de proselitismo en la Historia se la quedó "pa él pa siempre". Cuantas mentiras, y cuantas tensiones por estas medias verdades... Delante de esa Mezquita donde no me dejan entrar, me reafirmo en esa perplejidad que es el formato más asiduo de mi ánimo en mis últimos años

Escrito por La caminante a las 6:40 AM | Comentarios (2)

10 de Diciembre 2004

No sólo quiero que me quiera, quiero que me trate bien

Acabo de escuchar una gran lección de sensatez y sabiduría de una niña de diez años. Me he conmovido y no he tenido más remedio que acudir a este ricón para desahogar mi conmoción.
Mi hija María me ha pasado su informe de su puente de la Inmaculada en el tiempo que yo estuve en Marruecos. Ella ha estado con una de mis hermanas. A ella le gusta quedarse con su tía y su primo porque además de que los quiere, en la urbanización donde viven está el niño que le gusta.
Juan Carlos, un niño encantador, de repente se ha vuelto un borde y un chulo, me cuenta. Sólo quiere chincharla y fastidiarla, La provoca constantemente con comentarios de afrenta y ella se siente muy indignada y decepcionada. Yo uso una lógica muy manoseada para explicarle que seguramente es que ella le gusta también a Juan Carlos y él hace todo eso para llamar su atención. Que no tiene importancia, los hombres son así...
Alardeando de mi bagaje de experiencia de mujer ya hecha, de madre que comprende lo que le cuentan, le contesto muy relajada: "No te preocupes, mi amor, si tiene interés en que te sientas mal, seguramente es que le gustas.."
Y ella ha contestado con algo que ha dejado en evidencia toda mi maldita educación de dependencias y pulsos perversos: "Mamá, yo no quiero sólo que me quiera, quiero que me trate bien". De repente he comprendido que mi propia hija, a la que yo creo que estoy educando, me ha señalado con su dedo índice el norte. Hay cosas que sabemos pero no nombramos. Efectivamente hoy por hoy no consentiría que ningún hombre me tratara mal, pero eso es después de dejarme las rodillas en las caídas. Ahora comprendo, a través de las enseñanzas de mi hija que estoy programada para consentir aunque gracias a Dios mi naturaleza es disidente. Siento verguenza de haber transmitido esa sentencia malévola del que bien te quiere te hará llorar. Mea culpa...
La carga cultural nos vuelve insconcientes y presuntamente inocentes, pero no es verdad... Todos participamos, involuntariamente, en cada guantazo, en cada empujón, en cada amenaza, con nuestra filosofía de salita de estar, donde el amor es un reto de excelencias entre dos seres que sólo deberían aspirar al amor. Medidas físicas, sueldos, relaciones sociales, exito profesional, ganas de amar, necesidades.. cualquier excusa es buena para que dos personas se sitúen en dos escalones distintos y uno mire al otro desde arriba. El resto es un río de canciones amargas y de titulares siniestros. Le llamamos "desamor" como si fuera algo espontáneo que brota como un chapiñón despúés de la lluvia. Y detrás, hay todo un rosario de justificaciones culturales donde un ser humano puede desmenuzar a otro con las puntas de los dedos.
Nos encandalizamos delante de los kioskos de prensa y luego nos vamos ignorantes a colocar temibles ladrillos de justificación para el horror íntimo. Perdón por lo que me toca.

Escrito por La caminante a las 1:02 AM | Comentarios (3)

9 de Diciembre 2004

Alá en la piel


"A Macarena, sultana occidental que me ha acompañado de la mano por el mundo estos días."

Fumábamos a escondidas, asomadas a la ventana. Abajo, en la calle, el increible espéctaculo de la circulación en Rabat. Entre frenéticos sonidos de claxon, atraviesa el aire del atardecer la llamada a la oración del muecín. Suena. también. el aviso de mensaje del móvil de Macarena. Sus ojos se encienden como un relámpago repentino en una noche oscura.
A través de la ventana, la agonía púrpura del sol detrás de la medina. En la habitación, la tormenta verde de los ojos de Macarena...

En el zoco de la medina llueve, pero nadie se detiene. Camino siszageando entre los charcos y los hombros árabes que me rozan. Alguna vez, un susurro masculino de palabras que no entiendo llega a mi oído. Se suceden el olor de las especias y el humo del kefta sobre el carbón. Persigo con la mirada las siluetas de Ahmed y Macarena que se adelantan hasta llegar a una tienda vieja de baratijas e intrumentos.
Macarena regatea al vendedor por un laud. El anciano intenta aturrullarla en árabe. Ella sacude su cabeza y sus manos para bajar el precio. Ahmed no interviene y sonríe. El vendedor le dice riendo "le has enseñado bien". Macarena abraza como una niña a una muñeca su laud por el que sólo ha pagado la mitad.

Vamos con Ahma, la madre de Ahmed, al hamman. En la primera sala nos desnudamos las tres. Macarena y yo conservamos sólo las tanguitas. Atravesamos salas donde el calor y el vaho van aumentando. Pensaba que la desnudez nos podría igualar a las demás mujeres. Macarena es pelirroja de ojos verdes y piel tostada, yo tengo el pelo y los ojos más oscuros y la piel más clara. Seguimos siendo diferentes a ellas, con nuestro pelo húmedo y nuestro cuerpo sin ropa. En la última sala nos esperan las empleadas vestidas sólo con unas bragas altas y un pañuelo en el pelo, blancos los dos. Me siento en el suelo, y una mujer fornida, con grandes pechos color de canela y oscuros pezones me unta del cuerpo de una pasta oscura y con un guante aspero y negro comienza a frotar mis brazos con energía. Me maneja como a un recién nacido. Me deja tendida sobre el marmol del hamman. Macarena está mi lado y la magrebí que limpia su piel le arranca literalmente su tanga para exfoliar sus caderas. Luego nos reíriamos mucho con esa escena, porque ella dice que nunca nadie le ha quitado las bragas con tanta vehemencia.. Yo también sería despojada al poco de ese insistente resquicio de pudor occidental. Ahma le da indicaciones a las empleadas con ese serena autoridad de matriarca musulmana. Me abandono a las sensaciones. La dureza del marmol en mi espalda y mis nalgas me recuerdan el peso que he perdido en los últimos meses. La jarira con dátiles de las últimas noches sólo han conseguido redondear levemente mi vientre, de momento. Me rodea una nube de vaho y un murmullo de risas y conversaciones femeninas en árabe que me reintegra más agudo aún, el marmol de la estancia. Tengo la piel enrojecida por el agua ardiente y la abrasión del guante negro. Me arrulla un placentera somnolencia. No hay un sólo músculo que esté rígido en mi cuerpo. De vez en cuando, siento un caudal de agua extremadamente caliente que la empleada del hamman derrama sobre mí. Una voz amistosa que procede de un atractivo rostro maduro se inclina y me dice "Bienvenue au Morocco". Yo le sonrío desde el vaho y mi modorra. Tendida desnuda sobre el suelo de un baño árabe me rindo al mundo, diverso y amplio, que me envuelve con unos brazos fuertes, calientes, húmedos...y yo le digo que sí..
Me vuelven a incorporar y siento el champú en mi cabeza y unos dedos que llenan de espuma mi pelo. Macarena sigue a mi lado y me cuenta el revuelo que se ha formado, y que yo no he percibido en mi ensoñación, cuando las mujeres han descubierto el tatuaje de su hombro con el nombre de Alá. Me dice que Ahma les ha explicado el gran afecto y respeto que ella siente por el mundo musulmán y parece que ese halago ha sido más poderoso que su desconcierto. Macarena y yo no sabemos si ese nombre sagrado sobre la piel femenina puede aparecer blasfemo o irreverente. No hemos venido a explicarles ni a teorizar. Sólo hemos venido a comer en sus mesas , a caminar con ellos, a bailar y cantar con ellos, a abrazarnos con ellos...

Escrito por La caminante a las 1:37 PM | Comentarios (2)