27 de Diciembre 2004

Lo espejos enfrentados

El paranoico no duda. No sospecha. Cree. Este pensamiento le hizo sentirse a salvo. La primera vez que se vio le pareció algo anecdótico, casi gracioso. Estaba en una sala de cine viendo una película de acción y de repente, en un punto de una escena callejera, se vio en la pantalla, saliendo de una tienda. Después de la perplejidad vino la sonrisa, luego la negación, más tarde el asombro. Primero sintió la confusión consecuente de no encontrar entre sus recuerdos ningún momento en el que él hubiera visto un rodaje en plena calle y menos haber cruzado por medio de alguno con el desparpajo con que él mismo se vio en la pantalla. Ni siquiera recordaba la tienda ni la calle. ¿Pero recordamos todas las tiendas y las calles por las que pasamos? De cualquier forma, lo que había visto le pareció imposible y fruto, o bien de su imaginación, o bien de la casualidad. El asombro vino después, meses después, una vez olvidada aquella tarde en el cine en la que se vio a sí mismo en una escena de una película. El asombro vino cuando en el televisor de su casa, en una tarde pasiva e insípida, saltando de canal en canal, vio una escena de una película cualquiera, en una estación de trenes, a un antiguo compañero de universidad cruzar por detrás de la pareja protagonista que se despedía en el andén. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la sonrisa que había asaltado su cara estaba cercana a una mueca de nerviosismo y que, aun sin saber qué juego de la casualidad le había llevado a coincidencias tan curiosas, sus manos, por su cuenta, habían empezado a sudar. Pero su cuota de sensatez le llevó a abandonar todo pensamiento sobre esas dos inexplicables casualidades, porque la sensatez, casi siempre nos invita a hacernos las menos preguntas posibles. Y gracias a su sensatez pasaron dos años sin que se exigiera a sí mismo ninguna explicación lógica para algo que era tan poco probable y por otra parte, tan poco trascendente. Pero una tercera ocasión ya le pareció excesiva, sobre todo porque esta vez si recordaba el momento y además porque también vio más personas de su entorno incluidas en aquella secuencia de una película en blanco y negro en un parque, donde uno de los actores esperaba a otro protagonista. Los niños que jugaban eran por él conocidos, porque uno de ellos era él mismo, y porque el abrigo de aquella mujer que se acercó y le dio la mano nunca se borraría de su mente. Era el abrigo de su madre. Aquella mano, al fondo, imprecisa pero conocida, era la de ella, tomando su propia mano, infantil entonces... No podía ser.....

Durante un tiempo, contempló incansablemente películas y películas sin apenas percibir las historias que en ellas se contaban. Escrutaba cada imagen buscando infatigablemente algún rostro conocido, un paisaje, incluso una voz. De las tres películas en las que él había encontrado trozos de su propia vida no se podía establecer una relación temporal y geográfica que dieran sentido a tanta casualidad. Cualquier conclusión quedaba dentro de lo posible, pero no determinaba nada. Luchó contra su propia obsesión. Intentó espaciar sus visitas a las salas de cine hasta dejar la frecuencia lo más cerca posible de la normalidad y pretendió decididamente dejar de ser el socio más compulsivo del vídeoclub de su barrio. Pero en la normalidad de su vida, aquellas tres “casualidades” habitaban como fantasmas en una vieja casa. Aún así, su naturaleza había quedado permanente intrigada y bajo la apariencia de una intensa y dedicada afición al cine, esa intriga se alimentaba constantemente no sólo con las películas en “las que se buscaba” sino con la lectura de revistas especializadas y la participación en foros y canales de conversación de internet. Fue en esto último, donde antes de ver algo de sí mismo de nuevo en una pantalla, encontró por fin la referencia de que esa situación burlona e inesperada que había asaltado su vida desde hacía algunos años, zarandeando su realidad entre un lado y otro de una pantalla, no era única. Fue en una canal de cine, una noche... Un desconocido habló con él en privado, como tantas veces... Una conversación más sobre alguna película hasta que leyó en su pantalla aquella frase que abría por primera vez el ángulo asfixiante en el que él daba vueltas sin parar, como un tigre enjaulado. La frase terminaba “..y además fue en esa película donde por primera vez me vi”. Contempló la frase en la pantalla, sobresaltado. Parpadeó y sintió escozor en sus ojos. Las palmas de sus manos, de nuevo, comenzaron a sudar. Tecleó atropelladamente –“¿Te vistes?". Esperó la respuesta. Miraba la pantalla fijamente mientras empezaba a escuchar su propia respiración. De repente, apareció la frase. –“Sí, me vi. me he visto varias veces. A mí y a otros.” Sintió a su corazón saltar, probablemente no saltaría, pero sentimos muchas cosas que no ocurren de la misma manera que ignoramos tantas otras que sí ocurren. Que alguien cuente algo tan extraordinario a un desconocido es sumamente extraño, pensó, pero en este medio, lo extraordinario se vuelve ordinario. La gente cuenta sus intimidades a personas que no saludarían siquiera si los conocieran en su propio entorno. O estaba ante uno de esos “extrovertidos” de la red o simplemente era un pobre loco que había inventado una mentira tan disparatada como su propia realidad. Y lo primero le parecía, de las dos posibilidades, la más probable. Tuvo el impulso de abrir por primera vez su alma que había vivido últimamente bajo el peso de un signo de interrogación, pero de nuevo la cautela le guió. Optó por ganarse su confianza y entablar una amistad virtual con el desconocido, con Grock, como se hacía llamar y así pudo saber más...


Después de bastantes noches de conexión con Grock, supo que un número indeterminado de personas en el mundo se había visto alguna vez o varias en secuencias de películas de una forma y en una frecuencia inexplicables. Que no solo habían podido observar que se podían ver a ellos mismos de forma fortuita, sino a conocidos de cualquier índole. Que era prácticamente imposible establecer una relación causa-efecto para esas apariciones, puesto que nadie había dado testimonio de que en esos momentos que “aparecían”, ellos tuvieran conciencia de participar en un rodaje. Pudo, por primera vez, conocer a más personas de distintas zonas del mundo que participaban de su mismo desconcierto y también compartir ese peso que presionaba toda su capacidad de establecer relaciones lógicas entre las cosas que sucedían a su alrededor. Entonces no tuvo ninguna duda de que no había nada más apremiante en su vida que despejar aquel interrogante que fragmentaba todo el orden que hasta entonces, había dado referencias a su existencia. Una noche, Grock, le esperaba impaciente. Por fin había tenido noticias de alguien que parecía tener una respuesta; le habían hablado del viejo francés...


El viejo francés vivía en Bensançon y algunos decían que tenía más de 100 años. De lo único que él pudo asegurarse fue de lo primero. Y allí fue dispuesto a buscar esa verdad que ordenara de nuevo las cosas. Decían que el viejo francés podía hablar varios idiomas, porque había combatido en todas las guerras internacionales del último siglo, y las guerras hacen viajar mucho...
El viejo francés era ciego, pero no lo supo hasta que no estuvo ante él. Ni luz, ni espejos, ni cuadros en su casa... Nada para ver.
- "Me he visto...”
Fue lo primero que él acertó a decir una vez que hubo entrado en la oscura casa del viejo y este le hubiera recibido con una seca pero correcta hospitalidad.
- Pocos lo hacen- (Respondió el anciano).- La atención suele estar captada. ¿Es que tienes problemas de concentración?.
Él recordó que sí, que siempre tuvo problemas para concentrarse en lo que se suponía tenía que ser lo principal, por ejemplo en una clase del colegio perdía la atención sobre el profesor para observar otras cosas, como la evolución de una sombra en la pared... Luego, de adulto, supo que ese era uno de los síntomas por los que se detectaba que un niño podía ser un superdotado, por sus problemas de atención...
- Sí, claro, solo se puede observar una cosa, lo demás solo se ve, o no...-Con estas palabras contestaba el anciano a sus pensamientos.
Levantó la cabeza sobresaltado, como si el viejo le hubiera despertado de un sueño hablándole de lo que estaba soñando.
-¿Si...? atinó a decir desconcertado.
- Estás asustado.-
- Sí.
- Es normal, pero no te resolverá nada. Tu quieres saber ¿Verdad?
-¿Por qué algunos estamos en las imágenes?
- Todos estamos, solo algunos se ven.-
Miró los ojos sin mirada del viejo..
-¿Tu también te has visto?-
El viejo rió, como si él se hubiera tropezado caminando.
- No hagas tantas preguntas en una sola, si quiere saber cuando perdí la vista, pregúntalo. Si quieres que te diga que sé acerca de esto, pregúntalo. Pero ordena tu pensamiento, muchacho. Solo te podré dar respuestas si tú sabes cuales son tus preguntas.
-Quiero saber.- Esta no era una pregunta, sino una petición urgente a la quel viejo atendió.
-No vemos todo lo que está delante de nosotros, y a veces, cuando lo vemos, no lo creemos.
-Eso no me aclara nada
-Eso es todo
Él levantó la cabeza con un gesto desesperado, el viejo la ladeó como si le hubiese visto.
-Necesitas más palabras, te las daré...
Sacudió la cabeza suavemente y empezó:
-Cuando te asomas a un espejo, tu te ves porque te has asomado, pero un espejo puede reflejarte sin que tu, ni te veas ni lo sepas. Tú ves del reflejo de un espejo sólo lo que puedes ver desde tu posición, pero el espejo refleja más cosas de las que tu puedes ver.
Empezaba a pensar que había hecho un viaje inútil para escuchar a un viejo que le diría obviedades.
- El espejo refleja todo, eres tú el que tienes limitada tu perspectiva...
-¿Y que tiene que ver con las imágenes de una pantalla de cine?
-¿Qué tiene que ver las imágenes con las imágenes? ¿Qué tienes que ver tú contigo? ¿Qué tienen que ver las horas con el tiempo?

Empezaba a comprender. Quizá le quería decir es que lo que llamaban ficción no era más que un extracto de la realidad. De una realidad que se podía cruzar y multiplicar como los reflejos de un espejo...
-Has invertido los términos.
De nuevo el anciano parecía haberle leído el pensamiento...
-¿Entre ficción y realidad?
Preguntó. El viejo volvió a sonreír
-Esos hermanos quisieron darnos de nuevo la fruta del árbol de bien y del mal. Todos quisieron ver y saber...
De esa frase no puedo sacar ningún sentido. El viejo continuó
- Cada instante que vivimos, está adosado o entrelazado a los instantes de otros seres y otras cosas. Podemos enfocar nuestra atención hacia algo, pero a su lado o detrás, pueden estar pasando situaciones tan interesante o más., y cada cosa que suceda tendrá sentido en cuanto no deja intacto este mundo ni nada que él contenga. Todo, al igual que la imagen contenida en un espejo, será susceptible de ser visto dependiendo de la posición que el observador adopte.-
En ese momento perdió la esperanza de encontrar una respuesta concreta a porqué él y algunos como él, podían encontrarse casualmente con trozos de su vida en una película. Sólo había conseguido una bonita teoría sobre el reflejo de los espejos.
- Me tengo que ir.
Dijo esto bastante incómodo, pero con urgencia. El viejo hizo como si no le oyera.
-Tu temes la muerte, supongo. Pero la muerte sólo es una secuencia más. Lo peor es la eternidad. Yo no quise ver, porque así podré morir seguro. Ya ves, y he perdido la cuenta de mis años, después de acercarme tanto a la muerte...
El viejo, en ese instante, dirigió sus ojos hacia él, como si lo mirara.
-Si un espejo se enfrenta a otro, cada uno solo puede reflejar la misma imagen del otro hasta el infinito, y no hay más... Tu querías palabras, ya las tienes.
Se fue de allí despidiéndose con acelerada cortesía, de aquel anciano. No creía haber sacado ninguna respuesta de él. Nunca más lo vio ni supo más de su suerte.

Pasó el tiempo y pretendió haberlo olvidado todo. Evitó todo contacto con aquellas personas que como él, alguna vez intuyeron que en las pantallas, no se representan sino que se muestran trozos de realidad escogidos; sí no por el azar, sí por un criterio poco menos aleatorio que ese. Aquello que él creyó con el tiempo un delirio, fue desvaneciéndose en su mente. Aunque a duras penas, la ansiedad ante la posibilidad de verse alguna vez cruzando una calle, comiendo en un restaurante o viajando en autobús en una película, había desaparecido por completo. Todo aquello solo fue un extraño e inquietante recuerdo hasta aquella tarde en el cine.
La película era una más de las que se estrenaban aquel año. De repente vio al protagonista entrar en una sala de cine. El hecho de que la entrada de la sala se pareciera a la de la sala en la que estaba él, le produjo un sobresalto y le devolvió viejos y casi olvidados escalofríos. Intentó serenarse. En cualquier caso desconfiaba de lo que podía ofrecer la pantalla, porque mientras el barrido de la cámara iba ofreciendo los rostros de las personas que estaban en la sala, las palabras del viejo francés acudían a su mente con una contundencia que helaba sus manos y sus pies. “Si un espejo se enfrenta a otro, cada uno solo puede reflejar la misma imagen del otro hasta el infinito, y no hay más...” Eso es la eternidad, aquella que el viejo francés definió como mucho menos deseable que la muerte. Este pensamiento, que le estaba poniendo los músculos tensos y las vísceras revueltas, además de una fuerte opresión en el pecho, se desarrollaba en su mente mientras contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él
mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él
mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla enfocaba a él mismo que contemplaba horrorizado que la imagen de la pantalla...

(SIN FIN)


Mercedes García. 20 de febrero de 2000.

Escrito por La caminante a las 27 de Diciembre 2004 a las 10:50 PM | TrackBack
Comentarios

Sabes como me encanta... :)

Eres unica

Besos

Escrito por mICrO a las 28 de Diciembre 2004 a las 03:17 PM
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