Conozco pasiones bajas, bajísimas. No me hicieron peor
tampoco me atrevo a decir que mejor. Simplemente admito el animal desentendido que llevo dentro, la arpía implacable, la niña pataleante, la mujer urgente, la persona ciega y falaz que puedo ser.
Siento emociones que me envilecen. El rencor, por ejemplo, agita a veces mi pulso. La ira es como un gato tenso encaramado al corazón. La envidia se localiza en el estómago, como un bolo grasiento que remueve las vísceras a su paso. La cobardía se aloja en la nuca, y tiene un tacto frío y viscoso. Convivo con ellas y me fué más útil la higiene que la ética para dominarlas. La táctica ha sido mi mejor arma, no porque me libre de esas bajas pasiones, sino porque me hacen dueña de ellas.
También quise en mi momento ser elevada, y profunda, y las mismas palabras me indicaron el desaguisado: elevarse y profundizar es cosa de atolondrados que huyen de sus bajas pasiones en todas las direcciones posibles.
Me crió un humanista
vaya por dios.
Me dejó leer lo que quisiera y cuanto quisiera, y procuró responder a mis preguntas hasta que pronto le dejé perplejo. Cuando se dio cuenta que aquello se le había ido de las manos, ya era tarde.
Esto no me hizo más valiente ni más temeraria, sino más rara.
Y porque era rara, me empeñé en ser discreta. Y así fue como arrinconaba a mis bajas pasiones con un dedo índice, deseando observar sin ser vista, aunque, por supuesto, no siempre lo conseguí.
De las bajas pasiones he obtenido el amor a la verdad. Un amor casi religioso, inflamado de deber y convicción. La verdad es mi única moral. Lo demás, ya lo he dicho, es higiene o estrategia.
De ellas también obtuve la compasión, una compasión sincera, alejada de cualquier evaluación. Desarrollé una empatía sin consignas, espontánea y dolorosa. Lo peor de mí y de los demás me señaló el norte.
Por eso no me entiendo con quien sólo me habla con palabras. Huyo de lo que quieren convencerme, seducirme o negociar. No creo en el diálogo porque ,necesariamente, alguien pierde y sin embargo se contenta
Creo en la bilis y el sudor de las manos. Creo en las pupilas que se dilatan y en los fluidos. Y nada de eso pretende indicarme la verdad porque son la verdad misma.
No me canso de mirar el ruido a mi alrededor; soy adicta, pero también sé vestirme con trajes normales; soy experta. No he hecho otra cosa que mirar y disimular; soy cobarde
¿Y qué?.
Cuando tendría que haber leído a Herman Hesse, me entretuve en leer a Henry Miller. Mi padre leía la prensa y miraba de reojo ...
Quiero los palos funerarios de Madagascar, con un animal encima de otro y en la cúspide Adán y Eva con un rudo y honesto tajo entre las piernas. Quiero hermafroditas que sean verdaderos hermafroditas, y no falsarios que caminan con penes atrofiados y vaginas secas. Quiero una pureza clásica, donde la porquería sea porquería y los ángeles sean ángeles. "
Primavera negra
Tenía el jueves un plazo para pagar el permiso de circulación de mi coche que llega hasta éste treinta y uno, pero como sólo quedaban hábiles un par de días más y sólo se puede pagar de ocho y media a nueve y media y como yo trabajo de ocho a tres, lo intenté pagar ese día, en el que me podía ausentar de mi trabajo de once a tres a causa de una revisión médica que sólo dura de doce a dos y cuyas sesiones acaban de aquí a cuarenta días. Cómo el señor de la caja no se apiadó de mí cuando le dije que si trabajo de ocho a tres, no puedo pagar entre ocho y media y nueve y media, antes de las cuatro ya le había pedido el favor a mi madre que acudiera de ocho y media a nueve y media, a pagar mi permiso de circulación. Mi madre, que hasta las once del día siguiente no tenía ningún compromiso, me dijo que me haría el favor y que me daría el recibo este fin de semana si nos veíamos, o a más tardar, el lunes a las tres y veinte, hora a la que suelo ir a su casa a comer. Después de esta conversación me fui porque quería estudiar en casa de cinco a ocho y estar en ella cuando mi hija viniera del colegio y coja los libros para la clase de inglés que tiene de seis a siete. Antes de empezar a estudiar me senté en el ordenador y el corcho que tengo en frente, donde clavo los recibos y las entradas de los parque temáticos, que entre los cinco y los nueve años, me hizo visitar mi hija, vislumbro el recibo de la contribución urbana que todavía estoy a tiempo de pagar hasta el treinta y uno, no de este mes, sino del otro. Cómo para entonces habré cobrado, no sólo esa nómina, que llega sobre el veintiocho, sino la devolución de hacienda cuyo borrador confirmé hace cuarenta días, y que ya podría haber llegado porque el año pasado tardó sólo veinte, confío es poder pagarlo sin problemas.
Además, el cobro trimestral del fondo de pensiones no llegaría hasta dentro de dos meses, y aunque llevo trabajando desde hace veinticinco años y cotizando muy alto desde hace diecisiete, de aquí a veinte años, no pongo la mano en el fuego por el estado del bienestar. Antes de la diez, ese día tenía todo resuelto, así que me propuse acostarme no más tarde de las doce, porque si no estoy despierta a las seis y media, no consigo llegar a mi trabajo puntual a las ocho. Mandé a mi hija a la cama antes de la diez y media, aunque nunca consigo que se duerma hasta pasada las once. Esa noche le pregunté cuándo había que pagar el segundo plazo del campamento, ya que el primero, si no se pagaba hace dos meses, no podría mi hija de once años ir a ese campamento, de aquí a cuarenta y cinco o cincuenta días. Mi hija que de aquí a catorce años, es decir, cuando cumpla veinticinco, no se le va a quitar el pavo que le entró desde hace dos, dice que aún no se ha enterado. Le dije que de ahí a un día, o sea mañana o mejor dicho hoy tenía que saberlo, para asegurarnos que lo pagamos a tiempo.
Hoy, que no es ayer, efectivamente llegué antes de las ocho a trabajar porque sí me desperté a las seis y media, aunque no pude esperar hasta las tres para salir y me escapé ante de los quince minutos. Cómo sabía que hasta las tres y media alcanzaría abierta la tienda de mi calle para comprar pan, esquivé un par de atascos y me salté un solo semáforo. Y mientras conducía miraba de reojo el panel del coche que no terminaré de pagar hasta dentro de dos años, para comprobar que o de aquí a mañana echaba gasolina, o no podría andar más de setenta kilómetros.
Y cuado llegué a mi barrio y aparqué, mientras observaba que aquellos era zona carga y descarga de tres a siete, y decidí arriesgarme durante tres horas y media.
He subido a casa, y hace dos horas me exclamé: ¡Ya!, ¡Ahora!, ¡En este momento!: ¡Para! Luego me he exigido atenerme a un cronometro mental de alta precisión donde la medición de los valores entre segundos se aprecian hasta el infinito........................ .
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(El que tenga un par que escriba todas las cifras que menciono y el que tenga el resto del kit, que las sume)
Las personas se acogen a diversos entes o entelequias cuando quieren reafirmar sus opiniones. Algunos, demasiados, insinúan hablar en nombre de Dios. Otros, no menos pretenciosos, dicen estar asistidos por la razón.,, y otros muchos, también bastantes, son los portavoces de la naturaleza.
La naturaleza, aparece en nuestra cultura como una anciana madre llena de bondad y sensatez, pero si los dinosaurios levantaran la cabeza, intuyo que no opinarían lo mismo en caso de que opinaran. La naturaleza no es tan complaciente como algunos pretenden ni tiene tantos criterios como se le atribuye. Hay quienes, por ejemplo, le niegan el carácter de natural a algunas realidades simplemente porque no les gustan,(por ejemplo el amor entre personas del mismo sexo, como si el primer maricón de la historia hubiera salido del laboratorio de un científico de mente desvariada).
Pero los portavoces de la naturaleza no conocen límites en su compromiso ignorando que será ella misma la que los lleve algún día por delante, a ellos y a sus opiniones.
Un jefe indio de Seattle escribió al entonces presidente de los Estados Unidos que sus tierras, donde corría el búfalo y murmuraba la hierba, podrían estar dominadas por el hombre blanco, pero nunca les pertenecería. La tierra, decía, no pertenece a nadie. Somos nosotros los que pertenecemos a la tierra. Darwin, mucho más interesado en comprender a la naturaleza que en distribuirla, le hubiera explicado al poético indio que la invasión de los nichos ecológicos por nuevos grupos estaba diseñada por esa naturaleza que nos ha llevado a existir y tener la facultad de nombrarla en vano. Pero al fin y al cabo, los dos decían lo mismo.
"Lo natural es bueno". Eso nos dicen machaconamente desde el mundo de la publicidad, lente de aumento de una sociedad obstinada en sobar a más no poder algunos conceptos. El miedo y el dolor son naturales y nos han sido impuestos por esa madre implacable que está empeñada en que resistamos hasta que ella diga basta.
Incluso la estupidez es natural. Tiene que tener alguna función conveniente para la especie o dotar de alguna cualidad biológica, porque si no fuera así, la naturaleza la hubiera desechado y los cretinos y los mamahostias se hubieran extinguido.
Rafael, tendero surrealista y socarrón donde los haya, asoma entre las cajas de pestiños de Alcalá y donuts americanos y me dice ¿Qué va a ser?.
"Dos de a litro, media de huevos, un paquete de flautas de chocolate y un bollo grande, que sea clarito."
"¿Y los huevos cómo los quiere, claritos u oscuros?" Pregunta Rafael. "Los huevos, morenos", digo yo sin saber bien qués es lo que se me está preguntado y qué es lo que estoy respondiendo..pero estoy acostumbrada. Soy sevillana.
"Muy bien...clarito...oscuro.."
Me trae el género al mostrador metálico. Luego, va apuntando los preciós con un boli de poca tinta en un cartón. Cuando termina, recorta con los dedos el trozo donde está escrita la cuenta. "Tome usted, el "tique" de caja, imprescindible en caso de reclamaciones". Me iba a reir, pero me escuché diciendo muy circunspecta: "Muy bien.¿Cúal es el plazo?".
"Quince días". Contesta Rafael ceremonioso.
Salgo de la tienda y bajo los frescos soportales o entre las mesas de aluminio soleadas del bar de al lado que huele a adobo y la gente que habla de fútbol, miro el ticket-cartón por detrás. Era un trozo de un pack de danones de fresa. Lo guardé en mi bolso.
Fueron tres filtros.
"Renacer a los cien años"
Así titula el diario deportivo portugués "A bola" la noticia del triunfo del Sevilla en la UEFA.
Hay quien hace periodismo, quien hace poesía y quien, como este periodista portugués, sólo necesita la línea de un titular para escribir un verso que además de poesía, es verdad.
La caminante palangana.
He probado bastantes placeres en mi vida: me ha dado tiempo y he tenido vocación.
He probado placeres fisiológicos, psicológicos y químicos, y con las tres versiones creo que me he administrado bien, hasta el momento
Pero de mi galería básica de placeres, hay uno que me espera siempre a mis pies, como una mascota fresca, sedosa y fiel: quitarme los zapatos.
Llego a casa, arrojo las cartas del banco sin abrir sobre el cristal de la mesa, pongo café si llego a buena hora y si no, también; y me quito los zapatos.
A veces correteo previamente por la casa buscando sus recambios: las chanclas surferas que compré en una tienda de Malibú , las babuchas de piel rosa que regateé en la Medina de Rabat, o los ositos de fieltro que mi hermana me compró en uno veinte duros de Triana. Luego, dejo que los piés se saluden con la piel moruna o el fieltro barato mientras atravieso desgarbada mi pasillo.
Otras, en la misma entrada cierro la puerta. Descanso la espalda sobre la madera y me arranco la calle, el día y los zapatos, de un tirón, allí mismo. El frío del suelo acoge al pié y desde el tobillo hacia el cuello, trota con levedad sobre la piel.
Me he quitado tacones de agujas triunfantes y botas de invierno mojadas de decepción.
Me he descalzado sobre la arena, la hierba, la tierra o el asfalto, pero ninguno como la piedra de una iglesia románica en el Camino de Santiago.
Traje en los zapatos hojas secas, polvo, barro y a veces mierda
pero siempre llegué a casa.
Me gusta sobremanera este placer porque pase lo que pase y esté donde esté, mientras exitan el mundo y mis piés, sólo necesito unos zapatos.
Mi madre me ha comentado que mi hermana le ha contado que su ex marido le ha dicho que es la última vez que alguien le cambia sus planes a la hora de recoger a su hijo y la última, también, que se lo entregan tan sucio.
"Imbécil", pensé. "Qué le vamos a hacer..." dije.
El niño no estaría solo sucio, posiblemente estuviera pegajoso también. El único que le cambió los planes a su padre fue él, porque quería ir a la feria con su abuela y sus primos y que yo los buscara para montar en las atracciones y comprar guarrerías pringosas y sin embargo comestibles. En los coches de choque, él y los demás se ensañaron con el mío, mientras Luis utilizaba toda su pericia en esquivarles y yo me partía de risa a su lado diciendo..."niñooos...mis cervicaaaaleees, juaaaaaaa, jajajajaja". Tiramos a las latas para ganar unos míseros llaveros, nos montamos en el Ratón Vacilón y tuvimos un fin de fiesta lleno de chorreones en el puesto de gofres y granizadas. Luego, hice el reparto en la caseta: dos para su padre que es mi hermano y otros dos, el pegajoso y mi hija, para su abuela que es mi madre, que a su vez, tenía que hacer inmediatamente la entrega de éste primero..
Y a continuación seguí mi noche, la que culminé con Luis y Leandro, a altas horas, en el pub irlandés de la Plaza de Cuba, rebañando con el dedo índice los platos donde estuvieron dos porciones de una gloriosa tarta de chocolate, en un arrebato de glotonería noctámbula.
No me dolía en absoluto el cuello, pero sí la mandíbula...
Resulta que lo hicimos mal. Hay a quien todas estas cosas le parecen inadecuadas, porque los niños se ensucian y hay que lavarlos y si no se cumplen los horarios de visitas estipulados puede pasar que alguien sienta que no se hace respetar aunque le devuelvan a un niño polvoriento, churretoso y agotado, pero feliz.
Esas personas piensan que a los niños hay que darles normas y estudios, para garantizarles un bienestar con número de serie.; que completarán lo que ellos no abarcaron, que saldarán sus cuentas . Y mientras tanto, lo niños sólo quieren una granizada con azúcar, porque en muchos momentos, lo que tienen no son expectativas, sino sed.
La revolución más efectiva tendría que empezar en una cuna, en un jardín de infancia... y sería lenta. Habría que construir un cortafuegos para esa red de frustraciones, de deseos insatisfechos y cuentas pendientes, para que no alcancen a las manos y los ojos que estrenan el mundo. Que nadie los distraiga con sus urgencias y condiciones. Hay que dejar que los niños pisen los charcos grises de las ciudades, y la arcilla roja del campo.
Mi sobrino, el pegajoso, quiere que yo le haga las pizzas, porque al fin y al cabo, lo que amaso es pan, y el paladar de un niño sí nota esa diferencia.
En una cocina que huele a pan siempre querrá estar un niño.
Cada vez tengo más edad y menos vanidad, gracias a Dios:(por las dos cosas).
Percibo más claramente cómo funciona esta correa de transmisión de la vida. Las mejores huellas que dejamos se difunden sin rúbrica.
Al mundo no lo dejamos intacto, aunque ninguna enciclopedia reconozca nuestro nombre propio, si alguna vez supimos entender a un niño,
Existe un tesoro que nunca se pierde en el fondo de los mares.
Hay bienes inexpropiables.
De todas las cosas que puedas dar a alguien, sólo algo permanecerá por muy obtusas que sean las curvas.
Dótale a un futuro adulto de un buen recuerdo y dejarás tu firma en esta revolución, tan larga y lenta...