27 de Octubre 2005

Cuestión de estilos.

No me gusta que me miren. He conseguido que no me moleste pero no he conseguido que me guste.
No me gusta que me hagan fotos. Muchos de los me conocen lo saben. Hay largas etapas de mi vida de las que no hay atisbo de testimonio gráfico, porque cuando veía una cámara de fotos, mientras el que la quería hacer calculaba planos y buscaba ángulos, yo hacía el mismo estudio a la inversa, para salirme de ellos. Lllegué a desarrollar una gran habilidad, tanta que ya digo que de mi historia pasada se podría deducir que durante bastante tiempo nunca estuve en ninguna parte. Un día dejé de hacerlo porque me pareció una actitud antipática con personas que no lo merecían y porque, tengo que confesarlo, las nuevas tecnologías me volvieron muy laborioso el empeño: la gente anda haciendo fotos en todo momento, con cualquier excusa, con sus teléfono móviles.
Ahora ya me hacen fotos y no me importa, pero no me gusta.
En eso me identifico con los gatos. A los gatos no les gustan que les miren pero sin embargo, su curiosidad es tanta que a veces se meten en verdaderos problemas. Es mucho más fácil contemplar a dos perros apareándose que a dos gatos, (nunca conseguí ver a dos gatos). Los gatos no se ocultan por pudor, ningún animal que no sea el humano siente pudor. Es una cuestión de estilos...
En el fondo es una estrategia de supervivencia. El gato prefiere dedicarse a su misión reproductiva cuando no tiene que preocuparse por las presencia de otro ser vivo, ya que, (eso también lo compartimos los humanos), la actividad sexual emplea sentidos que nos hacen falta para preservarnos. ¿Pero qué es la supervivencia sino una cuestión de estilos?
Podría hacer en este blog lo que se hace en otros, contar cosas concretas de mi vida, cuestiones íntimas, un relato pormenorizado de mis días y lo mismo podría sorprender a muchos. Pero eso sería como hacerme una foto, sería ponerme en frente del objetivo y aquí las fotos las hago yo.
Un personaje femenino de "La insoportable levedad del ser" de Kundera, hacía fotos constantemente a todo lo que le rodeaba. Era un mujer frágil, pero detrás de la cámara cobraba autoridad sobre la realidad que atrapaba. Había encontrado un estilo de vida y una forma de supervivencia, que son lo mismo.
Frida Kahlo se retraba a si misma, una y otra vez. Pudo parecer que nunca quiso contar nada. Contrastaba con el ilustrativo Ribera, capaz de pintar comunistas en el Rockefeller Center. Pero Frida nos hace sentir mucho más aludidos, es misterioso.
Truman Capote casi nunca hablaba de sí mismo, pero siempre se traducía en los personajes que creaba, frecuentemente mujeres, porque a Capote le gustaban las mujeres mucho más que a muchos heteros.Por eso para contarnos su lúcida insensatez creó a Holly, (la de la novela, no la de la película), una muchacha sin moral pero llena de compasión.
Quizás me haga falta un muro de palabras para esconderme de miradas y objetivos, pero sería absurdo, porque las palabras en ese caso, siempre te van a tracionar. No hay nada como la fiabilidad del silencio.
Posiblemente no sea más que una mera necesidad o una simple cuestión de estilos.

Escrito por La caminante a las 11:38 AM | Comentarios (12) | TrackBack

21 de Octubre 2005

Inocencia

-Mamá, Cuatro es una cochina-
Cuatro, así se llama mi gata, está en celo, y cuando eso ocurre, se refriega con los muebles, levanta su cola y arquea el lomo ofreciendo su zona genital a algún ausente e incluso a nosotras mismas.
-Pobrecilla- le contesto y explico a mi hija, -Cuatro es un ser inocente-.
A María le cuesta identificar la inocencia con esa actitud lasciva de su gata, porque aunque gran parte de su educación proviene de mí, ella no es ajena a las consignas de esta sociedad.
Le insisto que aunque parezca contradictorio, no hay actitud más inocente que la de esa gata que no oculta su inquietud sexual.
-María, el cuerpo es inocente siempre. El pudor, la vergüenza, la lascivia, la lujuria, todas esas cosas residen en nuestra mente y muchas de ellas ni siquiera son reales, sino simples acuerdos o aceptaciones de los seres humanos. La naturaleza no tiene intención, ni mala ni buena.-
María me escucha y simplifica: -Mamá, tráele un novio a Cuatro-

Escrito por La caminante a las 12:45 PM | Comentarios (10) | TrackBack

14 de Octubre 2005

Risa congénita

Cuando era niña, jugaba con mi hermana Meme a reírnos. Sólo teníamos que proponérnoslo. Decíamos: “vamos a reírnos” y nuestras mentes entraban en sintonía. Podíamos estar una hora seguida riéndonos sin motivo, y lo peor era cuando comprobábamos que era difícil parar. Entonces la cosa iba a más y llagábamos a provocarnos, la una a la otra, auténticos ataques de los que acabábamos lagrimeando, moqueando, con la mandíbula entumecida y alguna punzada en el abdomen.
Casi siempre lo hacíamos a la hora de los deberes, en la mesa de la cocina. Espurreábamos de cola-cao los cuadernos, y nos secábamos las lágrimas con algún paño de cocina que hubiera por allí, hasta que aparecía mi padre, nervioso por las carcajadas que le llegaban hasta el salón y nos enviaba a nuestro cuarto.
Aún recuerdo cómo nos tambaleábamos por el pasillo, ebrias de risa, mientras mi padre vociferaba detrás.
Han pasado algunos años y me sigo riendo mucho, con mi herma o sin ella. Me doblo y me sujeto el esternón, pierdo la capacidad de hablar de forma inteligible y derramo lagrimones gordos que me quito con la palma de la mano, (porque las lágrimas de risa se quitan con la palma , de abajo a arriba, y las de tristeza con el dorso, desde la nariz a la sién,…)
Me han echado de aulas y ceremonias. Me han mirado con prevención, se han ofendido, se han contagiado, me han tomado por loca.
Entre risa y risa tuve una hija. A los tres meses de nacer, una Nochevieja, después de cenar y antes de dormirla para ir a una fiesta con su padre, me puse a jugar con ella encima de la cama de los míos.
De repente, el bebé soltó una carcajada. No he escuchado nunca sonido semejante al que salió de aquella pequeña traquea. Era como una campanilla a la que hubieran forrado por dentro de algodón. Salí del cuarto exclamando, “mi niña se ha reído a carcajadas”. Los demás me miraron con expresiones diversas, menos mi padre, que comenzó a retirar el cava de la mesa.
Esa noche se inauguró la herencia. Algunos meses después viviríamos momentos tensos cuando la pequeña se atragantó con una patata frita a causa de la risa y mi padre le desatascó la garganta con un dedo mientras musitaba algo sobre no se qué de una cruz.
Mi niña y yo nos seguimos riendo aún a riesgo de que, si nos atragantamos, ya no está él.
Hace un año, en Madrid, en un parquecito del barrio de Salamanca, nuestra risa espantó a las palomas, y una mujer estrafalaria y anciana que les daba de comer nos miró con enojo. Ese es mi mundo, una nube de alas blancas en torno, alguna mirada de reojo al fondo, y en el centro mi niña, que se parte de risa.

Escrito por La caminante a las 11:37 PM | Comentarios (15) | TrackBack

10 de Octubre 2005

Algunos españoles.

Algunos españoles, no todos, empañaron los espejos y tacharon de los libros de historia las fotos en las que no salían favorecidos.
Algunos españoles, no todos, llaman avalancha a la desesperación y al hambre y no recuerdan qué era una maleta de cartón atada con cuerdas.
Algunos españoles, no todos, justifican la marginación y el atraso se otros porque tienen las mismas costumbres que tuvieron sus padres y sus abuelos, que arrojaban de su casa a las muchachas preñadas y buscaban membranas en las vaginas de sus jóvenes esposas.
Algunos españoles, no todos, desprecian el dios de otros, porque algunos utilizan su nombre en vano, como si su propio dios nunca se sentara a la mesa de sus poderosos ni de sus aliados.
Algunos españoles, no todos, llaman sudacas a los hijos de los que le ofrecieron su trigo, y su suelo, para que la ira de los poderosos que brindaban con dios no les fulminara.
Algunos españoles, no todos, son como nuevos ricos, pero sólo como. Compran lo que no pueden pagar y desean lo que no necesitan.
Alguno españoles, no todos, miran el mundo con los ojos llenos de vigas.
Algunos españoles, no todos, parecen haber nacido ayer.

Escrito por La caminante a las 7:48 AM | Comentarios (14) | TrackBack

5 de Octubre 2005

La coartada bioquímica.

Hoy conducía de vuelta del trabajo y el boletín de noticias de la radio cerraba con una noticia sobre la menopausia. En realidad, debo confesar que no me enteré exactamente de qué informaban, porque en algún momento decían algo así como que “un síntoma de climaterio a partir de los cuarenta años es la irritabilidad..” y no me enteré porque interrumpió mi propia voz dentro del coche a la noticia diciendo :”Bueno… ya estamos…”
Luego, me reuní con él para almorzar en el mesón que hay en mi calle, Ya sentados en la mesa, me comenta que ha escuchado una noticia sobre la menopausia mientras venía en el coche, lo que me hizo deducir que habíamos escuchado la misma emisora.
“¿Qué decía exactamente la noticia?”, le pregunté.
“Pues la verdad, no lo tengo claro…” contestó confirmando que si hay algo que mis colegas no se toman en serio son las noticias de salud, que casi siempre usan para rellenar minutos cuando son intrascedentes; y cuando son trascendentes, que Dios nos libre del alarmismo.
“Pero decía que uno de los síntomas con los que se anunciaban los cambios en el organismo de la mujer antes de la menopausia es la irritabilidad…” prosigue.
“bueno…ya estamos…” Canturreo yo.
Pero eso no tiene sentido, pienso para mis adentros. ¿Cómo vamos a distinguir entre la irritabilidad del síndrome premenstrual de nuestras reglas postreras y la irritabilidad anunciadora del ocaso de nuestra feminidad? ¿Es que acaso algún investigador nos ha otorgado un in pas entre irritabilidad e irritabilidad? Porque esa sí que sería una gran noticia de portada: “En una universidad de Nueva Zelanda se ha descubierto que existe un periodo de unos dos o tres años en que las mujeres no tienen motivos fisiológicos para irritarse” Y en el subtitular: “Durante ese espacio de tiempo, si una mujer se irrita, se puede asegurar que sus razones tendrá”
“Pues sí, parece ser que fértiles o no, nos toca ser irritables” le resumo mis pensamientos.”
“Tiene que ser horrible. Hay que ver lo que influye el organismo en el humor. ¿Verdad?”
“Pues sí. Tu conocerás a algún enfermo de estómago, ¿no?”…

Del estómago, de hígado, de la vesícula…
Los antiguos griegos reconocían cuatro tipos de humores o secreciones: la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra o atrábilis y la flema, que producían cuatro tipos de personalidades según el humor: los sanguíneos, los coléricos, los melancólicos y los flemáticos.
La medicina moderna no ha desmentido exactamente a los griegos, sino que ha ajustado y ampliado la teoría. A los bueno y malos “humores”, se le añaden los neurotransmisores y las hormonas.
La realidad hace lo que puede entre tanta sustancia.

“Es verdad. En realidad ese tema es insoportable. Me gustaría que os pudierais poner en el lugar de nosotras por un momento” prosigo la conversación.
“Claro, es que no tiene que ser fácil de controlar esos estados de ánimos. Yo me lo imagino…” Contesta cargado de buena voluntad.
“No, lo insoportable y lo incontrolable es que cuando la vida te cansa igual que a un hombre, cuando tienes que alzar la voz para que no te coman el terreno, cuando, lo mismo que a vosotros las cosas o las personas nos descontentan, cuando tu entusiasmo pierde fuerza, cuando te provoca la estupidez o las malas artes, cuando reclamas lo que es tuyo y te escatiman, cuando experimentas que todos los días no son iguales y hay algunos que incluso son peores,( lo mismo, lo mismito que vosotros), haya siempre a mano algún “ilustrado” aludiendo al estado de tus estrógenos”. Contesté.
Se quedó pensando unos segundos y respondío: “Sí… Tiene que ser duro”

Escrito por La caminante a las 1:05 AM | Comentarios (8) | TrackBack