De nada, no me desprenderé de nada. Ninguno de mis recuerdos ni sus huellas me sobran. Todos son yo. Los dejaré andar por mi casa y mis neuronas, y quizás incluso los acaricie alguna vez, aunque alguno me haga tropezar. En ese caso, daré alguna zancada torpe, y caeré siempre de pie, como me enseñaron los gatos.
De nada, a mi pie derecho no le encargaré de nada que no sea capaz el izquierdo. Ni a las llamas de mis velas, ni a los pozos del café... Me dedicaré a permitir su belleza caprichosa sin hacerles inquisición alguna. Dejaré en paz a los santos de las estampas, a las vírgenes barrocas de las iglesias, a los cristos sangrantes.
No importunaré ni al Emperador o la Sacerdotisa, ni al Caballo de Copas si lo que quiere es pasar de largo. Ni siquiera pienso involucrar al As de mi manga
De nada, no pienso renegar de nada antes que cante el gallo, ni de la noche más oscura ni de mi minuto más miserable, porque fue real, porque fue mío.
De nada, no quiero olvidarme de nada, de ninguno de mis errores, en los que tanto invertí.
De nada, de ninguna de mis torpezas, tan personales, pero que tan sólo yo sé cuánto de arriesgadas fueron, que valiosas en su ineficacia, que sinceras.
De nada, no tengo intención de invocar a la suerte, ni de equilibrar el karma, ni de expiar los pecados, ni de exorcizar a los espíritus.. Con todos ellos me puedo sentar a la mesa, o mejor en la barra de un bar. Y si se derrama el vino pediré otra copa. Y si se derrama la sal, simplemente barreré.
De nada, no me voy a lamentar de nada que no me haya matado. Ni de los cobardes ni de los impacientes, ni de los taimados ni de los ilusos. Para todos tengo un libro de firmas en cada gesto que provocaron, el que es ahora mi rostro.
Nada, de este presente no limaría nada, porque he llegado a él con unos ojos que no miran para otro lado, con una cara que no se vuelve, con una cabeza que no se agacha.
En este equipaje todo es útil o lo ha sido alguna vez.
En este barco no hay lastre, y celebro tener a mano un ancla por si fuera oportuno.
No me despido de nada y dejo la contabilidad para los calendarios.
No embaucaré a un año nuevo con propósitos, ni haré prestidigitación con mi memoria.
Puedo firmar cada uno de mis días, y sigo teniendo fondo.
(Me queda cumplir una promesa antes de terminar el año: recordarte que la frase que dijo el cura de la Macarena fue En los planes de Dios, también está equivocarnos)
Decía Gabriel García Márquez que escribía para que lo quisieran más. Pocas veces he escuchado una frase que haya entendido mejor, y pocas veces me ha indicado un camino que menos capaz me siento de seguir.
Me gusta escribir, pero solo puedo dar borrones de lo que quiero decir. Si fuera capaz de escribir una historia tendría una remota posibilidad de obstener dinero y fama. Y no es que no me sienta capaz de escribir un libro, lo mismo lo hago un día. Pero es que sólo quiero escribir y también, cómo no, quiero que me quieran. Pero tanto una como otra cosa no sé premeditarlas. Yo lo que quiero es que me quieran sin condiciones y por tanto, escribir sin condiciones. Quiero que me quieran antes, insignificante, torpe, envejeciendo,..como sea. No quiero escribir para elevarme, quiero escribir desnuda, en carne viva. Quiero escribir a solas, desinteresadamente. Quiero escribir de día o de noche, lúcida o perturbada, y así quiero que me quiera quien vaya a quererme: este es el menú, no hay mujer a la carta.
Quiero que me quieran desde abajo, tan común e intercambiable. Quiero que me quieran como se puede querer a una barrendera, a una prostituta o una geóloga, así con casualidad y reconocimiento.
Y luego, porque no puedo evitarlo, escribo...
Últimamente, detrás de mis gozos y mis encontronazos con la vida hay un nombre de mujer, una voz de mujer, una piel de mujer. Ellas me están abrazando continuamente, acariciando el dorso de la mano, hablando al oído. Van y vienen, una tras otra y me hacen feliz. Aunque mis hormonas, esas tiranas cadenas de neuropeptidos que no quieren saber nada de mi voluntad, siguen brindando por su cuenta y riesgo por la heterosexualidad , se rompa la copa o no, el brillo de mis ojos tiene desde hace tiempo una firma femenina.
Me gusta mi madre, me gusta ahora todo lo que no me gustaba antes. Me gusta su calma, la que antes no tenía. Me gusta ese fuerte en que convierte su casa y su existencia. Me gusta la distancia que toma para ver, me gusta la lucidez de su presbicia.
Me gusta mi hija, atolondrada y absurda, pero capaz de hacer un pucherito mientras se pinta los ojos. Capaz de un reojo implacable, y de una sonrisa burlona en el peor de los momentos. Me gusta su seriedad y su ansia, y sobre todo su apego a todo lo que es verdadero.
Me gustan mis hermanas, aristócratas y distantes. Me gusta esa Meme, matriarcal y sólida. Me gusta Ía, mi hermana pequeña, que prefiere escuchar a hablar. Me gusta la elegancia de su escepticismo.
Me gusta Ana, cálida, profunda, leve, sabia y bella. Me gusta esa esperanza impenitente. Esa voz tan fértil
Me gusta Machela, cándida y madura. Me gusta su generosidad limpia. Su mezcla prodigiosa entre la rectitud y la flexiblidad. Me gusta su exquisitez.
Me gusta Carmen, valiente y feroz. Me gusta su lógica terrena. Sus pies apretando siempre la Tierra.
Me gusta Silvia, exuberante de cuerpo y alma. Me gusta ese cerebro que comprende sin condiciones, esa piel que vive sin condiciones..
Me gusta la Sophíe suicida que atrapa la vida entre sus manos como si fuera agua, que canta Rien de rien en las barras de los bares portando una bolsa de Ikea, y luego no tiene inconveniente es vivir a solas consigo.
Me gusta Candela, navegando en sus propias tempestades. La Candela que se reinventa mientras regala el privilegio de su belleza y su calor. La Candela que aún busca su nombre.
Me gusta Macarena, la naufraga. Macarena fecunda y desordenada. Me gusta la corredora de fondo que quiere ser velocista. Y sobre todo me gusta la escritora coloquial, la literata de las frases que se dicen en las cafeterías.
Me gusta mi jefa, Araceli, porque su mente es un reto cotidiano para mí. Me gusta su velocidad y su tendencia a festejar lo inteligente. Me gusta sobre todo, su tendencia al festejo.
Me gusta mi compañera Nieves, con esa sensatez tan incómoda para algunos y tan apetecible para mi. Me gusta su coherencia sin concesiones.
La biología, la moral, la sociedad podrán tener sus dictados, sus consignas, sus designios
. Vale, pero a mí , estas mujeres me gustan.
Hay algo en el gris sucio de un charco y en los destello de la ciudad de noche.
Hay algo en el obsceno coito de un burdel o en la quietud de la piel de un animal dormido.
Hay algo cuando una hoja no pesa , cuando suena una música a lo lejos
Hay algo en la desesperación del desamado, en el hambre del crápula..
Hay algo en las ganas y en el miedo.
Hay algo en la noche o en el invierno y en el relámpago.
Hay algo en las luces de un pueblo en la carretera .
Hay algo en los cristales sucios, en la frialdad de un suelo de mármol.
Hay algo en el adagio y el trueno.
Hay algo en la habitación del moribundo y en el paritorio.
Hay algo en el olor de los armarios viejos y de las iglesias vacías.
Hay algo en el murmullo de un vaso o en un algodón con sangre.
Hay algo en la gravedad del desague, en la pared desconchada
Hay algo en el tacto de acero de un quirófano y en el escándalo de una feria.
Hay algo entre los lápices de colores de la guardería.
Hay algo en la sal del sudor y en zumbido de la siesta.
Hay algo en el pez que agoniza en el muelle.
Hay algo en el vapor de la máquina de café y en el surtidor de gasolina.
Hay algo en la sombra del árbol sin hojas, en los bares de barrio.
Hay algo en los abrazos con humo y en las pintadas de los baños públicos.
Hay algo en la urgencia de las manos, y en el grito de la quemadura.
Hay algo en el pan.
Hay algo en la manga de un mago. algo que me concierne.
Hay algo entre el espejo y la imagen, que me distrae.
Hay algo que no me acuerdo de buscar en el desorden de las casas.
Hay algo en el el filo de las cosas, algo que me incumbe.
Hay algo que tira de mi ropa y hay un viento que me despeina.
Hay algo entre mis átomo y los del mundo.
Hay algo en mi oscuridad, un viejo monstruo fiel debajo de mi cama.
Hay algo. Si me vuelvo a mirar, hay algo