El lunes salgo hacia la frontera de Francia, Saint Jean Pied de port, al otro lado de los Pirineos, allí, en Aquitania. Y desde ahí. comenzaré de nuevo a caminar, un día tras otro.
Espero llegar hasta Burgos. Atravesaré Navarra y la Rioja andando, por el Camino de Santiago.
Porque vuelvo al Camino de Santiago.
Mi primer post de este blog se llamaba "Voy", porque faltaban pocos días para que fuera a hacer un tramo del Camino, desde León hasta Santiago de Compostela. De ahí "La caminante". Nacieron casi a la vez: mi condición de peregrina y mi condición de blogera. La dos las considero benditas.
La primera vez me fuí con David, una de las personas que más quiero (y querré). Nunca nos hemos gritado tanto ni nunca nos hemos querido más.
Me dolió el cuerpo y el alma, pero de eso se trataba. Y no estaba equivocada, era lo que tenía que hacer.
Al principio fue desconcertante. Mis extremidades inferiores se adueñaban de mi ser y me vaciaban. Sólo sentía bocados en los pies y agujas en los gemelos y mi mente se encerraba en planificar y contar: "¿queda mucho?, ¿queda poco?, ¿dónde dormiré?, ¿que comeré?" Hasta que alguna vez me asaltó la primera pregunta que consideraba inútil pero que era la únicamente lógica: "¿por qué he venido?" Entonces nací.
El peregrino en el Camino, nace, vive, muere y renace.
Nací en un altamar de tierra y flama, acompañada sólo por un horizonte lineal de cuatro costados, debajo de una sol diáfano, en un páramo castellano que me hizo comprender a Machado, camino de algún castillo templario. Nací en soledad y sin dolor. Nací perpleja.
Seguí caminando para aprender a vivir y me dejé el aliento subiendo a la Cruz de Ferro y entre la niebla de Manjarín. Durante un tiempo estuve sin saber en qué día de la semana vivía y sin preocuparme de qué hora era. Dejé de escuchar mi cuerpo y empecé a oir a mi mente. Sólo notaba los dolores del alma,mientras vivía simplemente.
Junto a algún ríachuelo en penumbras, una mañana morí. Morí a la sombra, cansada, con la luz restringida sobre mi muerte.
Caminé muerta un tiempo y no lo recuerdo bien, porque estaba muerta.
Pero alguna vez, en un bosque, algo más allá de Melide, mi cadaver se sentó, sin dolor ni espectativa, concreto él como nunca. Y deseó que no viniera nadie, porque aquel bosque me quería. Recé para que no viniera nadie. Le pedí al bosque y al Dios en el que no consigo creer, que no hubiera nadie más que el bosque y yo. Y el bosque me respondió con sus sonidos, sus olores y sus caricias de brisa vespertina que era tiempo de nacer de nuevo.
Y cuando llegaron los próximos peregrinos, había una recién nacida sentada en una piedra que fumaba un cigarrillo y saludaba.
Me he encontrado, paseando por esto que llaman blogosfera, con un poema atribuido a Pablo Neruda titulado Queda prohibido.
Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarme un día sin saber qué hacer,
tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.
Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quiero,
abandonarlo todo por tener miedo,
no convertir en realidad mis sueños...
Así empieza ese poema.
En ninguna de esas líneas reconocí la música de la palabra de Neruda, la que aprendí hace muchos años.
Efectivamente no es de Neruda sino de Alfredo Cuervo Barrero.
Podría decir qué diferencias, qué huellas que no encontré en este poema, que perfil de las palabras, me indicaron el error.
Podría decir que me causa una desagradable perplejidad la plaga de literatura apócrifa que recorre internet.
Podría decir que si se jalea este poema como perteneciente a Neruda es que no se ha leído a Neruda.
Pero yo no soy nadie.
Sólo voy a decir que Neruda también habló de optimismo, pero mejor:
SIN EMBARGO ME MUEVO
De cuando en cuando soy feliz!,
opiné delante de un sabio
que me examinó sin pasión
y me demostró mis errores.
Tal vez no había salvación
para mis dientes averiados,
uno por uno se extraviaron
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario
estaba lleno de advertencias
como el hígado tenebroso
que no me servia de escudo
o este riñón conspirativo.
Y con mi próstata melancólica
y los caprichos de mi uretra
me conducían sin apuro
a un analítico final.
Mirando frente a frente al sabio
sin decidirme a sucumbir
le mostré que podía ver,
palpar, oír y padecer
en otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor
por un mes o por una semana
o por un penúltimo día.
El hombre sabio y desdeñoso
me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna
y decidió orgullosamente
olvidarse de mi organismo.
Desde entonces no estoy seguro
de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mi cuerpo me aconseja.
Y en esta duda yo no sé
si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles
Hay personas a las que las vidas de otros les importan.
Hay otras personas a las que las vidas de otros sólo les interesan.
Estamos construyendo una cultura donde las cosas tienen más interés que importancia.
Podría poner el ejemplo mediático entre el interés que suscita el lado oscuro de la vida de un famoso y la importancia de la vida de un irakí o un londinense.
Tengo un ejemplo más cotidiano, cercano y tangible: el teorema del tabique.
Algunos projimos miden el nivel de sonoridad de sus tabiques en función de la proporción de placer y dolor que ellos trasmiten.
A más libertad y placer, más sonoridad. A más sufrimiento, más silencio, o más sordera
Soy una mujer que vive sola. (Eso quiere decir para mi vecindario que vivo sin varón, porque en realidad vivo con mi hija).
Mis paredes, durante estos años han transmitido todo tipo de ruidos, según algunas de mis vecinas, vecinas dolientes por mi manera disipada de vivir. Cualquiera de mis amigos o mi mismo hermano eran sospechosos de estar en estado pre coital cuando han atravesado el patio de la comunidad y ellas vigilaban desde sus visillos.
Mi vida, estos años, ha sido objeto de un seguimiento minucioso. He tenido para mi comunidad de vecinos una vida sexual que ya hubiera yo deseado para mí misma.
Por lo visto, era muy interesante.
Si yo hubiera vivido con un hombre que me hubiera gritado, golpeado, zarandeado
posiblemente, mis tabiques se hubiesen vuelto blindados, amiantados, acerados, impermeables a cualquier onda de sonido y de luz.
Si alguna vez hubiera amanecido muerta, en silencio, con los ojos espantados, ellas les contestarían, como tantas veces, a las cámaras de una televisión local Nosotros nunca oímos nada raro. Era un matrimonio normal. Porque mi vida no hubiera sido ni importante, ni interesante. Y luego se hubieran ido a ver Aquí hay tomate.
Hijas de puta
Asesinas.
-¿Dónde van los jefes cuando dejan de ser jefes? ¿Por qué nunca vuelven a los puestos que tenían antes de promocionar? ¿Qué ocurre con ellos? ¿Los contratan en alguna empresa filial?-
-No, yo sé donde están. Siguen aquí- Le dijo su compañera mientras tomaba una Coca-cola light sin hielo, porque le dolía la garganta a causa de la ola de calor, (a más calor, más potencia en la refrigeración de los departamentos de la Corporación).
-¿Aquí? ¿Aquí dónde? No he vuelto a verlos.-
-Si, seguro que los has visto alguna vez en la recepción o en los ascensores-
-Yo no tomo nunca los ascensores, soy claustrofóbica, tengo fobia a los espacios cerrados y los conversadores insulsos. Me pongo fatal. Pero tampoco los he visto nunca en la cafetería-
-Ellos no van nunca a la cafetería- y un pequeño quiebro doloroso moduló la voz enrojecida de su compañera.
-Tómate un té caliente. Esa garganta te tiene que doler mucho. ¿quieres mi jersey de lana?- Y hace el intento de sacar de su bolso "bandolera" uno de los jerseys que a partir de mayo tiene que usar en esa empresa ubicada en una ciudad meridional, en un edificio "inteligente" que a medida que aumenta la temperatura en el exterior, va bajando la del interior. Por eso, aquella mañana en la que los informativos anunciaba una exuberante subida de temperaturas en toda la península, llegó un poco más tarde de lo habitual por buscar entre la ropa de invierno algo para ir a trabajar.
-No gracias, llevo una camiseta térmica. Déjame si acaso el foulard, a ver si cesa este picor en mi garganta. Como te iba diciendo, ellos nunca vienen aquí a la cafetería. La Corporación los aparta de sus antiguos puestos de trabajo para protegerles. No tiene sentido que venga aquí a exponerse-
-Claro..- Y su cabeza reflexionaba sobre la simetría impracticable de la combinación compañero-subordinado-compañero.
-Pero ¿Dónde están si siguen aquí? ¿Por qué nunca les veo?-
-No los ves porque no les reconoce. Cuando dejan de ser jefes cambian de aspecto, sobre todo cambian la manera de mirar y de moverse. Cambian tanto como cambiaron cuando empezaron a serlo. Ahora viven trasformados por un doble cambio.-
-¿Donde están? Si siguen aquí, yo quiero verlos.-
-Están en la sexta planta-
-Mira, tomate un antitérmico para la fiebre esa que tienes. La Corporación sólo tiene cinco plantas-
-Noooooo, grrr, grrr- carraspeó su compañera con un escozor que se podía sentir en el ambiente. -Hay una planta más, en la quinta hay una escalera...-
Y ahí, su compañera se quedó sin voz. Ella le acercó lo que quedaba de la Coca-cola natural (si cabe ese adjetivo) y se levantó recogiendo el resto del desayuno en una bandeja, mientras se juraba que ese mismo día subiría a la sexta planta.
Nunca montaba en ascensores. Era claustrofóbica. Pero trabajaba en la tercera planta. Subir a la quinta, incluso a la misteriosa sexta, no le suponía más esfuerzo que el realizado cada día, para llegar a su mesa. Cogío unos folios del contenedor para reciclar. Si alguien la veía con folios escritos en la mano por una pasillo pensaría con mucha probabilidad que estaba muy ocupada porque tenía que entregar, o copiar, a hacer firmar algo. Así se aseguró que no la detuvieran con otros encargos o con las ganas de conversación de otros empleados. Eligió la escalera auxiliar,más estrecha y menos transitada. Y subió.
Agarraba los folios con intensidad y ellos esbozaban un absurdo bucle entre su mano izquierda. Era zurda.
Llegó a la quinta. En el mismo momento que entró allí sabía que no podía detenerse a mirar a su alrededor buscando una escalera. Que tenía que avanzar como si supiera hacia dónde iba y pidió ayuda a su intuición mientras caminaba entre las mesas. Obligó a sus ojos a funcionar al revés, donde aparentemente enfocaba su mirada, sólo distinguía los bultos con los que no debía tropezar y con el reojo observaba minuciosamente todo aquello que se pudiera insinuar como una escalera. Y allí estaba.
Subió por ella. Por fín los vió. Estaban en sus mesas. Con sus rasgos consumidos algunos, otros abotargados. Parecían moverse con lentitud, con una lentitud dramática. Ella dejó de disimular que pasaba por allí por casualidad o por algún motivo. Se detuvo y los observó como se observan los cuadro en los museo, no con intención rencorosa, sino llevada por una fascinación inevitable. Buscaba entres sus rasgos las miradas altivas, los gestos solventes, la indiferencia heladora. Pero en esas caras solo había una aluvión de huellas y de miradas esquivas. Algunos, como aquel que siempre le procuró los peores turnos, comenzaron a teclear de manera vigorosas su teclados, con una dignidad ridícula. Otros , como aquel joven cargo intermedio que se quería comer el mundo, le mantuvieron la mirada, sobre unas ojeras moradas.
Ella perdió el pudor. Se acercaba a ellos, miraba lo que estaban escribiendo en los ordenadores, aspiraba hondo cerca de sus cuellos por comprobar si alguno se estuviera descomponiendo. Luego se acercó a la escalera, se volvió hacia atras, los volvió a mirar. Dijo: "Bueno días" y descendió de aquel cementerio.
Nada más llegar a su planta se encontó en la salida de ascensores con uno de sus jefes.
Se detuvo ante él y no recordó que ya estaba en la tercera. Le miró a la cara minuciosamente, como buscando cercos morados. El jefe se paró repentinamente y le dijo- ¿Te pasa algo?-
Ella sacudió ligeramente su cabeza y pestañeó apretando los parpados, como si despertara.
-Me siento mal. Aquí hace frío_
Fué lo único que se le ocurrió contestar.
Después de dos o tres años, Emilio aparece. Y como es un mago, es normal que aparezca, alguna vez.
No sé qué le he contado de mí en estos dos o tres tres años porque no recuerdo cuándo, ni cuánto, ni cómo, he hablado con él. Se anuncia en pocas horas y llega a la puerta de mi casa con su chica, como dos o tres años antes.
Emilio es mago, ya lo he dicho. Es un mago de los modernos, de los que no tienen magia sino sólo truco. Emilio es un buen hombre con las mujeres.. y los demás. Sus trucos se limitan a las cartas, a los sombreros y a las palomas
La magia se agotó en los bosques celtas y en las hogueras gitanas, en las aldeas salpicadas en los páramos y en las mujeres malditas que arrullan gatos negros. Después de eso, vinieron la ciencia y la incredulidad
Pero la civilización que todo lo toca y nada lo piensa, emuló a aquellos mismos malditos que no admitía, buscando las habilidades físicas más cercanas o lo improbable.
Por eso, en la era de lo tangible, tantas personas han visto partirse,en tres a una bonita mujer joven que después corretea y sonríe.
Fuimos con Emilio y su chica, a aquel sitio al que siempre hemos ido solos los dos el mago y yo, cuando venía a verme a Sevilla, al Magia y música en los Remedios.
Esta vez no había música, por no sé qué de qué impuestos de los que viven para que la música suene. Puro truco. Nos encontramos con dueño del local, el Mago Mario. Pura magia.
Alguno de los que allí estaban, reconocieron a Emilio y se dirigían a él por su nombre artístico. Eran otros magos que querían verle desplegar sus habilidades sobre la mesa. Las mismas habilidades que le han llevado a ser campeón de España con cartas y un tercer premio en mentalismo. Puro truco.
Mientras miraba con orgullo a mi amigo el mago, recordaba como desde hace casi seis años decidimos ser amigos aunque sólo nos pudiéramos ver cada dos o tres años. Pura magia.
Entre los dedos de los magos, pueden estar nuestras certezas. Ellos siempre son más rápidos