27 de Septiembre 2006

Vidas probadas.

Por suerte, una noche más he cenado con David, en mi casa, con las mismas claves: vino, cariño y entendimiento. En algún momento hemos hablado del paso del tiempo y del terreno que se perdía con los años. Esta conversación me llevó a analizar si de verdad biológicamente perdíamos, no tanto, sino tan pronto.
El final de toda vida, en el mejor de los casos, la más larga, la más sana, la más exitosa, es la muerte. Todo el esfuerzo de nuestra biología está perdido de antemano. Luego si no es la duración el objetivo posible, debería ser la calidad. Según esto, deduzco que es la madurez y no la juventud, la mayor garantía de excelencia biológica para los humanos. El sistema inmunológico ya ha estado en contacto con la practica mayoría de agentes agresores que va a conocer, los procesos tumorales pierden ferocidad junto con la disminución de ritmo de la reproducción celular, y la práctica totalidad de enfermedades hereditarias ya se habrían manifestado de existir. Las demás amenazas, lo sabemos, son ambientales. La juventud indica potencial de duración, pero conocemos que ese cometido está perdido. Entonces, debería ser la madurez la edad del éxito biológico.
Como quedan tres días para mi cumpleaños este tipo de reflexiones me resultan gratas.
Es verdad, soy muy traposa. Pero por muy joven que sea el lector, darme la razón le conviene.

Escrito por La caminante a las 3:16 AM | Comentarios (10) | TrackBack

25 de Septiembre 2006

La respuesta

La hechicera se volvió hacia quienes la seguían y dijo:
"Creéis que soy fuerte, que atravieso las llamas sin dejar nada de mí atrás, pero no conoceis los filos de los cristales que llevo dentro, de su dolor sordo y su quejido mudo.."
Se volvió hacia esa gente dispuesta hacer lo que dijera y a creer lo que pensara, y echó el filo izquierdo de su capa hacia atrás. Ellos retrocedieron un palmo.
"Creéis que mi poder me pone a salvo y tengo el mismo miedo que vosotros. Tengo el mismo hielo en la garganta cuando consulto a la oscuridad.También tengo preguntas que nadie responde."
Dió una patada de rabia y siguió su camino.

Escrito por La caminante a las 2:57 AM | Comentarios (4) | TrackBack

14 de Septiembre 2006

Otra noche.

Aquel edificio antiguo asemejaba a un mercado. Alguien nos guíaba por sus pasillos, a los que alcanzaba el sol desde las calles. En uno de ellos, unos niños se revolcaban en un charco oscuro. El guía nos dijo: "este es el agua en la que se bañan los ángeles". Los niños del charco tenían un rostro extraño, casi deforme. Una mujer como ellos, acudió al charco. pero nosotros seguimos de largo.
Al salir del mercado, una mujer-angel, estaba parada al sol. Era delgada y vieja, y sus ojos desiguales. Le miré a la cara buscando su mirada y le dije o pensé: "¿Y yo, qué puedo hacer?". Entonces ella se acercó a mí y rodeó mi cintura en un abrazo extraño que transmitía una amor caliente y contundente. Decidí abandonar a cada músculo de mi cuerpo. Me dejé caer, y cuando mi cuerpo se desmoronaba dentro de su abrazo, ella y yo comenzamos a elevarnos sobre el suelo.
Por encima de la gente y de las cosas, yo era como un trapo caído sobre el brazo de ella. Oí su pensamiento: "Qué fácil es hacerla volar".
Casi a la vez yo me decía: "Entoces, en la realidad puedo flotar, tal como suelo soñarlo"

Escrito por La caminante a las 2:34 AM | Comentarios (3) | TrackBack

9 de Septiembre 2006

Noche

Las columnas negras del portal de mis padres se dibujan apenas, porque todo está oscuro. En la avenida de República Argentina no hay nadie. Nadie camina, no pasa ningún coche. Debe de ser muy tarde.
Tampoco hay luz, ni luces. Ninguna farola está encendida. Ninguna ventana recoge iluminación de su interior. Nada se oye. Detrás del cristal del escaparate de Arate, los objetos no se distinguen, son meros bultos oscuros detrás del frío. Miro a mi derecha, hacia Plaza de Cuba y la fuente no fluye.
Camino hacia la esquina izquierda de la manzana, con Virgen de Consolación. Nadie, nada… viene desde allí. La misma quietud, el mismo silencio, la misma oscuridad penumbrosa que me permite distinguir el trazo verde de la tienda de Amena.
Avanzo por la acera hacia La bodeguita Consolación”, el bar al que mi padre llamaba “El comandante”, porque decía que su primer dueño fue un militar. Sólo es un trazo insinuando una esquina.
Estoy oyendo mis pisadas, un sonido sordo y apagado, que tiene algo de esponjoso que no le corresponde.
Al fondo de la calle está el portal de mi abuelo. Él no está allí. Sólo queda mi abuelastra. Pienso en ir, pero no voy.
He llegado a la calle Asunción. Hacia la izquierda, veo de nuevo la Plaza de Cuba con su fuente quieta. A la derecha, hacia Virgen de Luján el garabato de edificios forma un pasillo que se estrecha al final, donde las cosas aún se perciben vagamente. Camino en esa dirección. Avanzo y una fantasmagórica silueta de parquímetro me hace reconocer que no he visto ningún coche, ni circulando, ni aparcado.
El bulto sin brillo de un contenedor de basura se impone en mi trayectoria. No huele a nada. Nada huele. Agarro su tapadera y la abro. Está vacío. Acaricio su interior, satinado, impoluto.
Continúo caminando hacia el oeste, creo.

Escrito por La caminante a las 1:43 AM | Comentarios (7) | TrackBack