Hace algún tiempo se hizo una encuesta sobre cuál era la palabra más hermosa del Español. Ganaron por este orden amor, libertad y paz.
Sin cuestionar la belleza de estas palabras, esta correlación tan egregia me recordaba más el estilo abultado de una redacción escolar que una búsqueda auténtica de esas palabras que se deslizan por nuestra cotidianeidad lingüística, sin que los significados indiquen el principio y el fin de un orden ideal, sino ese mundo liviano de las cosas que no son más que cosas, ocupando su lugar y su tiempo sin orientar nada más que una realidad imprevista, un día a día de significantes que cumplen humildes su cometido, el de recoger la condescendencia de esa misma realidad que otorga al ser humano, sobre todas la demás especies, la facultad de nombrarla.
Según mi criterio, rastreé entre palabras tan poco intencionadas como pan, terciopelo, enjambre, arcilla, candela, azul, círculo, razón..
Palabras traviesas como meñique o violín..
Solemnes y rotundas como tierra, hielo o final
Palabras estrictas como tos o claxon.
Algunas palabras generosas y fáciles como ahora o sí.
O alguna palabra deforme pero innegablemente fiel a su malsonancia como ineptitud.
Cristal. He ahí una palabra que cumple con su cometido. La quebramos en nuestra boca al empezar al pronunciarla, la destruimos antes... pero luego se pule en una superficie brillante, aceptada y palatal.
Es una palabra nítida, con vocación musical, pero su destino es el tacto. Se registra en nuestra memoria de una manera fría y a veces húmeda. Habitualmente, es una sensación satinada y perfecta. En alguna ocasión , una invasión lacerante.
Siempre actúa como la palabra que no te esconde nada. Registra, o bien la ambigüedad de un lado, o bien la exactitud del otro.
La palabra cristal ocupa los oídos cuando la nombramos, los ojos cuando la pensamos, el tacto cuando la vivimos y el pensamiento cuando la miramos.
Esta palabra vaga por los pasillos de nuestras vidas, apoderándose de las yemas o las pupilas, sin más consignas que la cantidad de reflejos que nuestra mente le quiera atribuir a sus transparencias.
Cristal es una palabra tan provista de inocencia como de insolencia
pero incapaz de cualquier cosa sin nuestra mirada.
De todo lo que dispongo, son los principios lo menos ventajoso. La mayoría de ellos no me son útiles, e incluso algunos me exponen persistentemente. Aún así, a la mayoría los conservo desde hace tiempo. De los que más he dudado, son los que más apego me causan. A medida que he renegado de algunos, adquirí la certeza de que nunca los perdería. Paulatinamente, voy dejando de discutir con ellos. Es su inutilidad lo que los hacen preciosos. Cada palmo de terreno que me hacen perder es la unidad de medida de mi libertad.