Encuentro teorías que me hablan de la convivencia de la mecánica de Newton y de la física cuántica. La lógica cartesiana se me pone en jarra cuando intento comprender la teoría del caos.
Cualquier mañana de otoño rodean mis pies las hojas secas en una espiral impecable diseñada por el viento, pero sin embargo, nunca podré afirmar con certeza a donde ese mismo viento dirige a la nube gris que asiste a las hojas secas, al otoño, a mis piés, a mí...
Los binomios más simétricos y los fractales más enrevesados conviven en las ramas de un árbol, pero si un artista lo ve con su mirada única obvía la verdad matemática y nos traduce una realidad inconsistente, donde el observador es un dios desconcertado por sus propios ojos.
La realidad del artista es una realidad escogida entre las infinitas posibilidades de las que todos disponemos y sólo algunos manejan.
Pero de todo el universo infinito, sólo un conjunto de celulas ramificadas dan reflejo a cualquier interpretación, ya sea matemática o artística.
No hay un algorismo que dibuje una emoción humana, pero sin embargo, esas emociones nos empujan a despejar las ecuaciones que no consiguen explicarnos. Porque es en nuestra cerebro donde decretamos que una espiral es perfecta y una nube es errática. En ese circuito de proteinas y membranas exitables tenemos alojado a ese dios asustado.