Cuando era una adolescente, adquirí la conviccion de que mi país, mejor o peor que otros, asumía un compromiso de que cuando pedía de mí una decisión era porque la consideraba no sólo respetable, sino que en principio incuestionable.
Yo viví procesos electorales preciosos, todos por su valor y algunos por su sentido. Contemplé cuando era niña como los adultos, con perplejidad, con suspicacias, incluso con vértigo y muchos con emocion decían sí a un marco legal que les configuraba una nueva realidad, una legalidad que les invadiría hasta lo más profundo de su porvenir cotidiano. Los ví acudir, serios y responsables, con el sobrecogimiento del que entiende que, de un cápitulo de la Historia, le ha tocado ser el epígrafe. Vi a mis mayores confiar su futuro a líderes que elegían a la misma vez que cuestionaban. Nunca vi en mi país, (sobre todo porque casi todo lo veía entonces por primera vez), una exigencia más elegante pero tan exaustiva.
Entonces, en los bares se hablaba de politica, porque la política, en ese tiempo en el que se la podía pronunciar en mayúsculas, no amargaba el vino.
La palabra rencor, en aquel momento de España, podía tener mucho más sentido que ahora,pero no tanto alcance. Por eso me críe confiada en que yo tenía quizás muy poco que decir entre tanto concierto, pero que cuando me preguntaran nadie dudaría de la legitimidad de mi respuesta.
No sé cual de esa cita con las urnas fui convocada por primera vez, pero recuerdo la primera vez que sentí desidia de votar, lo recuerdo porque me la disolvió de un manotazo la imagen de un estudiante chino que interrumpía con sus brazo extendidos el paso de un taque militar. Un joven chino que reclamaba con su cuerpo un derecho al voto que yo declinaba por no se cuál exquisitez de criterios... El chino de los brazos extendidos, las charlas de bar con pasion y sin resentimiento, la honestidad de aquellos seres sencillos a los que el destino les hizo cambiar las enciclopedias del futuro, aunque jamás ninguna pueda publicar sus nombres propios.. Con esos cinceles forjé mi aprecio por mis responsabilidad y mi privilegio de votante. Por eso nunca elegí papeletas al azar ni por ningun motivo espúreo que no fuera una decision consistente, y cuando no dispuse de ella, simplemente me inhibí del ejercicio, (a pesar de peso que dejó en mi recuerdo la silueta del joven chino de Tiannamen).
Durante ese tiempo no pude sospechar, que alguna vez en mi país, se podría sospechar de mi voto.
En el 2004, antes de que empezara el mes de marzo, sabía qué partido votaría menos de dos semanas después. Iba a votar al PSOE. Lo había decidido por razones meramentes ciudadanas, atribucion que me otorga mi insginificancia.
No cabía más sesgo en mi voto, como en cualquier otro, que mi individualidad, mi particular y soberano punto de vista, sagrado, me dijeron, para mis leyes.
Pero una día de marzo, un hecho demencial y degenerado distorsionó esa verdad límpida que debe ser la mañana de un día cualquiera. Y fue en medio de esa distorsion cruenta y lacerante donde se alzó un dedo que indicaba que mi voto no era tan legítimo como otros. Que era el fruto de la confusión, de la coaccion del miedo, de una especie de enajenacion mental producidos por esa sangre y ese horror,que lejos de enajenarme, espabilaban todos mis sentidos. Y durante tres años, esa última respuesta que me pidió mi pais, que yo creía tener preparada con todos esos requisitos que me enseñaron aquella gente corriente, no erá válida me han dicho. Tenía una halo tramposo, una letra escarlata sobre esa humilde opinion que se crió viendo como la Historia tambien sucede sobre el serrín de un bar, sin más requisito que la voluntad de hacerlo de la mejor manera.
Esta voz mía que algunos me han hecho saber que no valía, porque así lo decidían ellos, y porque así les cuadraba las teorías que les convertía en excelentes en su particularidad, tan insignificante como la mía, se alivia cuando la realidad insiste en emerger tanto como un corcho, sobre el agua de lo especulativo y de las hipótesis maliciosas.
Yo "entiendo" poco de política, al menos con la connotación que "entender de política" tiene para algunos, como si de una iluminación exclusiva se tratara.
Si se pidiera una certificación de los "entendimientos" políticos a todos los votantes, la política se podría convertir en un hecho preciosista y minucioso que dificilmente de podría conjugar con el sentido de la democracia, donde los intereses bastan para legitimar una decisión que se suma a otras. No será el sistema ideal, pero nadie ha sido capaz hasta el momento de proponer algo más práctico ni más inexpugnable.
Lo peor y lo mejor no es esto o aquello, ni lo que digas tu ni lo que diga yo. ¿Quién lo sabe? ¿Quién dispone de tanta verdad?.
Yo no la tengo, ni la voy a reclamar nunca como mía. Sólo discuto mi propia verdad, de la que yo sola tengo la firma. Una verdad intrascedente y si se quiere equivocada, pero mía y legítima , tanto como la de cualquiera