23 de Diciembre 2006

Fortuna

Un hombre, con el cráneo cortado al ras limpiamente, blanco y nítido ante el cielo amarillo de la mañana, contempla abajo, en el valle, una ciudad que se baña en luces, la de su noche y la del amanecer. Detrás tiene el silencio del todo el pasado. El silencio de las piedras y la vegetación con su invasión callada. Tras la espalda blanca y ancha que se enfrenta desde la Itálica muerta hacía la Híspalis superviviente, se asoman los cipreses, entre las ruinas. El sol ha salido, y en la población de la ladera una mujer entra en la cocina de un restaurante. Puede, el emperador, el militar, el filófofo, el legalista, el logista, el esclavo, divisar desde las ruinas los números que rondan la cabeza de la señora , esos malditos dígitos árabes , redondeados y panzudos, con los que esas señora se desafía para llevarse bien con las fechas y la mirada de su hijo que está tan lejos. Hoy tendrá que alimentar a varios centenares de personas. Darles sabores distintos de los cotidianos para que cumplan los ritos de un calendario, que los espíritus de las ruinas diseñaron para darle a nuestros días el ritmo de la naturaleza. El mismo que esa secta de las catacumbas invadió con un ciclo de vida y muerte. Eso pertinaces cristianos dispuestos a sucumbir antes que renunciar a sus fábulas de natividad y pasión. Allá abajo, la ciudad romana que como otras, convirtiera las catacumbas en catedrales, conserva en su murmullo, las leyes y el orden que los habitantes de aquellas piedras frías construyeron. Ese orden acucia al amanecer a la cocinera del Ventorrillo Canario que calcula como abordar el pago de un seguro de un coche.
Empezada la mañana, la mujer llorará de alegría gracias a un rito de invierno de esos cristianos que se dicen monoteístas y sin embargo requieren a la romana diosa Fortuna lo que luego agradecen a su Dios. Una mujer llora de alegría en una cocina pensando en su hijo, delante de la aritmética árabe de un número de lotería de Navidad que dictamina que su suerte ha cambiado. Cada año, el medio rostro del patricio se sorprende ante esos ritos bulliciosos y urgentes que no incumben ni a los cipreses atentos ni a los atrios enmudecidos. Pero nunca hasta entonces, contempló a las emociones deslizarse como lágrimas tan cerca, sobre tanta civilización.

SANTIPONCE (SEVILLA), 22 (EUROPA PRESS)

El conocido establecimiento hostelero 'Ventorrillo Canario', ubicado frente a las ruinas de Itálica, en el término municipal de Santiponce (Sevilla), ha repartido hoy 60 millones de euros tras la venta de 20 billetes del 20.297, número agraciado con el primer premio del Gordo de Navidad.

Escrito por La caminante a las 2:23 AM | Comentarios (3) | TrackBack

10 de Diciembre 2006

Tanto tonto.

El escritor que se dirija a su lector como a una persona inteligente, parecerá inteligente.
Ese es uno de los secretos de la poesía, confiar en la capacidad del lector para culminar un verso. Es también el secreto de la pintura, versiones de la verdad que no existen hasta que aquellos que las contemplan consienten.
Es el principio de la música, un mensaje que sólo es verdadero si lo oímos.
En un mundo de artistas, se confiaría en esa capacidad de aprensión, de sorpresa, de conmoción, de empatía, de evaluación del otro. Cualquiera nos debería parecer en principio inteligente.
Pero el arte es excepcional, quizás por esto.
Sin el menosprecio, esta civilización no sería lo que es.
Esta civilización es un catálogo de coartadas para un ego inútil que no aspira a nada. Eres hombre, eres joven, eres rico, eres… Eres cosas que no has hecho.
Entre un ser humano y otro existe una negociación que no siempre persigue el equilibrio, y es por eso la necesidad de negociar.
El ser humano tiene miedo a la soledad, ser el cuadro que nadie mira o un verso que nadie comprende,
Tememos a ser insignificantes porque la insignificancia es un adelanto de la realidad absoluta que nos demuestra la muerte.
Encargamos desesperadamente a cualquiera que nos confirme que vivimos, engendrando un concepto del amor donde se humilla e incluso se mata.
El arte mientras tanto, nos advierte, nos zarandea, agita sus brazos bellísimos para captar nuestra atención, para confirmarnos que vivimos... sin perdonarnos la vida…

Escrito por La caminante a las 6:37 AM | Comentarios (6) | TrackBack