12 de Abril 2006

En cualquier momento...

Zacarías es el nombre que he inventado para alguien que tenía un auténtico nombre tan extraño como éste.
Fernando, sin embargo, se llamaba en realidad de una forma tan común a ésta.
Para ambos, busqué un nombre falso cuya inicial fuera posterior en el orden alfabético. Oculto sus nombres: protejo ese espacio benigno en el que lo más amargo, como lo más gozoso de cada uno, se acoge a la nada de lo ignorado por todos. Sin embargo transmito su historia que capturé con estos ojos obligados a la conciencia de todo lo próximo. No me permiten otra cosa estas manos incallables…
Zacarías era un adolescente moreno, silencioso y viril. Fernando era un niño muy maricón. Podría ser literariamente más elegante, pero no más sincera: Fernando era muy maricón.
Fernando se paseaba por las calles de nuestra urbanización acompañado por una cabra atada al cuello con una guita. La cabra se llamaba “Lolaflores” Fernando llegaba a la obra del chalet que se construía en la esquina de mi calle, en la que jugábamos a los dados y al “kein” con las cartas por las tardes, cuando los obreros ya se habían ido..
Nosotros intentábamos poder grita ¡Kein!, si nuestro compañero había reunido los cuatro mismos números de los cuatro palos, antes de que alguien exclamara ¡Contrakein! , si interceptaba nuestras señas mientras Fernando escalaba estirado entre las vigas gritando quejumbroso: “Venga, Lola..miarma”.
Zacarías nos había pedido salir a casi todas las niñas de la urbanización, porque a él le gustaban muchos las niñas. Era simpático y discreto, pero persistente y tocón. Tenía fama de salido.
Fernando expresaba una inevitable y escandalosa atracción por Zacarías. Fernando investía de jocosidad sus aproximaciones imprudentes al cuerpo de Zacarías que sólo sonreía cuando los demás reíamos.
Muchas noches hacíamos fiestas en la casetilla de obra de un solar sin construir. Un radiocasete a pilas con los “Dairestreits” , bebidas en botellas y una bombilla pintada. En una de esas fiestas, a Zacarías no le había dicho sí ninguna niña, y tuvo más tiempo y motivo para beber.
En esa misma fiesta, Fernando se aferraba al cuello de un Zacarías tambaleante. Se sientan a beber juntos sobre una alfombra en el cemento del suelo de la casetilla y Fernando dejar caer su cabeza sobre el hombro amplio de Zacarías que aunque tensa sus rasgos, no se mueve. Algo después, Fernando besaba el cuello de Zacarías que miraba con ojos vidriosos al infinito, donde ni el mismísimo alcohol le podía despejar la incognita de aquella súbita excitación. Lo último que recuerdo de aquella escena es una mirada espantada por sus propias sensaciones, una moral, como un virus inoculado, destrozando un cerebro donde se podría estar impresionando las huellas aberrantes de la vergüenza y la culpa…
Y ya no ví más, o no lo recuerdo o no sé si lo contaría si lo recordara.
Conozco cuál fué el futuro de ambos, pero lo considero irrelevante para esta historia.


Escrito por La caminante a las 12 de Abril 2006 a las 01:27 AM | TrackBack
Comentarios

Tan a gusto que estaban ellos...
Y la cabra, ¿qué hacía mientras tanto? :-)

Escrito por la cocinera políglota a las 14 de Abril 2006 a las 01:09 PM

La resaca de Zacarías tuvo que ser de las de época...:)

Escrito por mOe:) a las 17 de Abril 2006 a las 01:07 PM

Te invito a mi mundo Bienvenidos seas: pasa, mira, opina…

Escrito por La Dama a las 19 de Abril 2006 a las 02:59 PM
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