Conseguí un momento de soledad en aquella parroquia de San Juan Bautista de Grañón. Si arriba, en el hospital, habría más de veinte peregrinos, cualquiera era más piadoso que yo. Pero aquella tarde, aquel retablo renacentista, esos pilares viejos, aquella penumbra que endurecía los contornos, el frescor de la humedad secular de las piedras, el crujir de la madera añeja de los bancos y yo misma, teníamos una cita. E hice uso de ese encuentro acompasado por tanto tiempo y tanta circunstancia.
La luz tamizada era una caricia y el silencio también.
Atravesó el altar, con vigor, un hombre grande, vestido de oscuro, al que le adiviné de perfil el cleryman. Aquel debía de ser el párroco, Jose Ignacio. Pensé que el creería que yo estaba rezando, pero no era cierto, no rezaba. Sólo observaba. No he podido hacer mucho más a lo largo de mi vida. Mientras he observado las cosas, los demás rezaban, se casaban, prosperaban, leían libros muy vendidos, se afiliaban a partidos políticos o viajaban al Caribe. Observar te vuelve raro porque requiere demasiado tiempo.
Me fui con Luis a lavar la ropa a la torre y le conté que siguiendo las escaleras se subía al campanario. Subimos y, entre palomas y grandes campanas quietas, vimos aquellos campos de cereales que habíamos atravesado. De repente, entre una paloma y una campana apareció Maldonado con su mujer y su hermana. Me señaló la teta de Mirabel, un monte coronado con una fortaleza en forma de pezón. Nos hizo fotos al lado de una campana, despeinados y con la ropa arrugada, pero limpios y oreados, aunque eso poco le importa a las lentes.
Por la noche comimos caparrones de la Rioja y ensalada, entre peregrinos italianos y alemanes entusiastas. Asistí a la ceremonia de las Completas, siguiendo los ritos monásticos que dieron lugar a la hospitalidad del Camino:
"La puerta se abre a todos, enfermos y sanos;
no sólo a católicos, sino aún a paganos,
a judíos, herejes, ociosos y vanos;
y más brevemente, a buenos y profanos".
Me pidieron mi nombre para rezar por mí cada noche que yo pasara en el Camino.
Luego me acosté en el suelo, sobre una colchoneta junto al Coro, bajo el techo de una iglesia gótica.
Tardé en dormirme y algunas cosas de mi vida pasaban por mi mente, como una película.
De algunas me arrepentí.
Quizás rezara: no podía observar.
Tenía los ojos cerrados.
Y yo que creo que si hiciera el Camino de Santiago lo único que experimentaría sería un cansancio atroz...
Escrito por Wally Week a las 6 de Septiembre 2005 a las 02:05 PMMi primer día en el Camino. Pase por Grañón sin mucho ruido, todavia asustado por ese inicio. Nunca lo olvidare.
Gracias. Buen Camino.
Escrito por jartos a las 6 de Septiembre 2005 a las 04:47 PMObservar y hacer cosas no tiene por qué ser incompatibles. No rezabas... te observabas a tí misma. Un saludo.
Escrito por Raddle a las 7 de Septiembre 2005 a las 01:23 AMPues hacias las dos cosas, te mirabas por dentro y rezabas a la vez. Por qué no rezar qué hay de malo en ello? Hay muchas oraciones no escritas que decimos a voz callada o en silencio a lo largo del día. Y más motivos imagino que hay para rezarlas haciendo el Camino.
Un abrazo
Escrito por Trini a las 7 de Septiembre 2005 a las 02:13 PMOye, qué suerte que recuerdes, o que anotaras, tanto. Yo me llevé un cuaderno pero apenas lo usé. Tantas cosas por vivir, tan poco tiempo... pero no me importa olvidar todos los detalles: el camino lo llevo dentro.
Escrito por Nicolás a las 7 de Septiembre 2005 a las 06:46 PMleer este blog es como empezar a hacer el Camino, ese que siempre postergamos hasta que acaba siendo imprescindible...:)
Escrito por mOe:) a las 14 de Septiembre 2005 a las 03:13 PM