21 de Agosto 2005

El soliloquio de Iruña. (El Camino II)

Ernest Hemingway se sentaba en la terraza del Café Iruña y contemplaba la vida pasar por la Plaza del Castillo. Muchos años después, yo era parte de la vida que pasaba por aquella plaza cuadrada de Pamplona.
Nos detuvimos un día en aquella ciudad por deseo mío. Allí nació mi abuela, la navarra, la que aportó probablemente el rh negativo a mi sangre mestiza. “¿Una sevillana trianera con sangre navarra? Me preguntó un peregrino catalán. “Y de los judíos conversos de Toledo, también. (Y callé más etnias).. Si quisiera ser nacionalista, le tendría que poner mucha voluntad”.
La primera noche en Pamplona, cenamos en el Café Iruña, bajo enormes lámparas de araña de luz tostada y vieja, y rodeados de amplios espejos antiguos.
Algunas mesas más allá, cenaba un caballero de unos setenta años, con el pelo blanco pulcramente peinado y una camisa inmaculada. Hablaba solo.
De todo aquel café multiplicado por sus paredes de espejos, aquel anciano caballero era lo que captaba mi atención, como la llama de una vela. No sólo hablaba: a veces callaba y asentía como si estuviera oyendo una respuesta. No hablaba pues, consigo mismo.
Bebía del vino joven que incluía el menú del Café Iruña. Bebía con buen ritmo de una botella que suele ser para dos y de la que él sólo de estaba encargando. Sería fácil imputar al vino esa conversación solitaria, pero sería absurdo también porque significaría adjudicarle a una inocente botella de vino navarro un poder desproporcionado sobre la mente. Sería más sensato el buscar la causa en el paso del tiempo sobre una vida, mucho más transformador que un puñado de uvas fermentadas. Cuando, en una de sus parrafadas, gesticuló con sus manos para resultar más convincente a esa nada que le acompañaba a su mesa, sentí apuro y ternura, una ternura casi dolorosa. Tuve ganas de levantarme, atrapar sus manos con las mías como si fueran mariposas descontroladas y decirle “vámonos a casa”, (ese lugar que todos debemos tener donde nuestra soledad no le resulte a nadie obscena).
Me encontré con su mirada, indiferente y serena. Mis ojos, mi impertinente observación, no eran para él más ni menos que las lágrimas de cristal de las lámparas ni los objetos del café que devolvían por duplicado los espejos. Yo, más frágil que él, aún desde mi barrera, desvié mi mirada hacia un espejo para verle desde un perfil inverso, como si no estuviésemos allí o él o yo.. Pero era mentira. Los espejos mienten.
Así que me decidí a ser tan valiente como él y seguí observando su discurso al aire.
De aquellos mensajes que yo no oía, entendí aquella noche, que las palabras son como los espejos, parecen ser fieles a la realidad, pero no son la realidad misma. Que lo que llamamos locura no es, en la mayoría de los casos, más que una gran ausencia de pudor. Que los locos aparecen como tales cuando deja de importarles el impacto de su libertad sobre los demás. Que, según eso, yo ya estaba loca porque aquella noche sólo quería saber qué le explicaba aquel hombre al vacío; y que aún no lo parecía porque todavía era tan necia como para esconderme en el reflejo de un espejo; que te dice cómo son las cosas, pero sin serlo.
Casi acabó su botella y su cena. Pagó, se levantó y caminó firme y elegante, como un auténtico caballero. Sólo, al alcanzar la puerta, se detuvo y comentó algo a ese alguien que los espejos del café Iruña eran incapaces de reflejar.
Luego, atravesó las sillas de la terraza para salir a la plaza, las mismas sillas donde Hemingway se sentaba a pensar dos años antes de quitarse la vida.


Escrito por La caminante a las 21 de Agosto 2005 a las 02:43 PM | TrackBack
Comentarios

precioso el café iruña...precioso post.

Escrito por mOe:) a las 22 de Agosto 2005 a las 01:09 PM

Ayer vi a un loco también.No era tan romántico como el tuyo:este gritaba y hacia gestos obscenos ,pero hacia nadie en concreto...

Escrito por j-vol a las 23 de Agosto 2005 a las 11:17 AM

Esa fue la versión oficial, que se quitó la vida. No sabes tú que el vino navarro es de efecto leeeeento...

Vamos que si Agatha Christie hubiera conocido las propiedades del vino navarro, todas sus novelas terminarían igual.

Escrito por Wally Week a las 23 de Agosto 2005 a las 09:20 PM

Que momentos, que momentos!!.

Un saludo.

Escrito por kaloni a las 24 de Agosto 2005 a las 11:28 AM

Para él ni importaba el mezquino reflejo de los espejos, él iba acompañado; que importa lo que piensen los demás, qué saben los demás de soledad se dirá él en sus ratos lucidos.

Otro beso

Escrito por Trini a las 24 de Agosto 2005 a las 01:50 PM

Estoy conmocionado. No sé si será la música que estoy escuchando, el cansancio de todo el día y que me siento un poco triturado anímicamente, lo que me ha hecho experimentar de modo especial la lectura de este post tan bello. A veces me he preguntado si en realidad no somos como ese hombre y hablamos y gesticulamos para NADIE.
Que Dios te conserve enterita. Espero más.
Un beso.

Escrito por cyránobix a las 25 de Agosto 2005 a las 12:35 AM

En el fondo todos somos locos, y en realidad no lo somos, pero al menos algunos pueden decir que han vivido.

Besos, muchos.

Escrito por mICrO a las 26 de Agosto 2005 a las 02:57 AM

Si esas paredes hablaran......
Buen post.
Un beso :)

Escrito por Grial a las 27 de Agosto 2005 a las 07:55 PM

Una preciosidad de comentario. La visión de la vida es muchas veces a traves de un espejo.

Un beso. Buen Camino.

Escrito por jartos a las 27 de Agosto 2005 a las 10:56 PM

La locura es la capacidad de no ver limites,
es un calido abrazo donde resguardarse de uno mismo
es esa sensacion de ausencia de miradas, por eso no se refleja en los espejos

Me gusta como observas y escribes, y te entiendo perfectamente, hay veces que no puedes evitar sentir, ni siquiera cuando no sabes a quien estas sientiendo.


Escrito por Lauro a las 16 de Septiembre 2005 a las 09:57 PM

Me ha impresionado tu " blog". Me gustó como empezastes haciendo compartir al viejo Ernest el estar, de alguna forma, presente en tu relato. Muy bueno.

Escrito por Legabal a las 13 de Octubre 2005 a las 11:52 PM
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