Hubiéramos querido ir a Santiago de Compostela, pero cuando llamamos de madrugada al aeropuerto, ebrios de risas y espuma, los pasajes tenían el mismo precio que un viaje a Nueva York.
No teníamos tiempo para ir a Nueva York.
Te hablé del Pórtico de la Gloria, de la sonrisa de Daniel, de los músicos callejeros que tocan la flauta travesera en las calles de granito, de los peregrinos polvorientos y sudorosos que llegan llorando a la plaza del Obradoiro y me dijistes "Llévame, quiero ver la Santiago que tú ves"
Pero nuestro destino era una Sevilla vacía que ardía de noche. Ese fue nuestro único vuelo durante cinco días de agosto.
El aire quemaba y la ciudad estaba cerrada. Tú dabas volantazos cuando un neón prometía un vaso y una barra. Cenamos a los pies de la Torre de los Perdigones, como un obelisco tostado y añejo que nos contempló comer y reir a deshoras bajo la luna nueva.
Vivimos a destiempo, dormimos a destiempo, nos tocamos sin horarios. Comíamos y bebíamos donde podíamos cuando queríamos. Vimos, a través de las persianas ,cuatro amaneceres.
Tú terminabas mis frases y yo comenzaba las tuyas.
El brazalete de mi brazo te recordaba a la esposa de Leónidas y a mí, tu cuerpo y tu pelo, el de un vikingo invasor. Y así. cuando trocitos del alba desde mi ventana nos avisaban de que los relojes no pensaban tener contemplaciónes con nosotros, tú invadías, como un bárbaro, mi cuerpo y yo era tu reina espartana. Mi brazalete se alojaba entonces en tu nuca y mi boca en la tuya y tú en mí...
El ventilador de mi techo nos ha jaleado en esas batallas y arrullado en las resacas de las noches que ardían por dentro y por fuera..
En nuestros cuerpos amanecía a las dos de la tarde y desayunábamos cereales, concretamente cebada..fría..
Escuchábamos ,en esas mañanas a contrapelo, canciones viejas. Yo te decía que eramos unos "trasnochados" en todos los sentidos. Tu me replicabas..."tú eres una niña", y mi pensamiento respodía "Y tú eres un hombre".
Después de ver en "Código Da Vinci" en la penumbra y el ronroneo de la aspas, te anuncié, "cuándo veas la pirámide de Miterrand, yo estaré contigo, aunque no sea la mujer que te acompañe"
Cuando escuchamos esta canción, me dijiste, "Así sonamos nostros, estemos donde estemos"
Hubiéramos querido ir a Santiago de Compostela, pero cuando llamamos de madrugada al aeropuerto, ebrios de risas y espuma, los pasajes tenían el mismo precio que un viaje a Nueva York.
No teníamos tiempo para ir a Nueva York.
Te hablé del Pórtico de la Gloria, de la sonrisa de Daniel, de los músicos callejeros que tocan la flauta travesera en las calles de granito, de los peregrinos polvorientos y sudorosos que llegan llorando a la plaza del Obradoiro y me dijistes "Llévame, quiero ver la Santiago que tú ves"
Pero nuestro destino era una Sevilla vacía que ardía de noche. Ese fue nuestro único vuelo durante cinco días de agosto.
El aire quemaba y la ciudad estaba cerrada. Tú dabas volantazos cuando un neón prometía un vaso y una barra. Cenamos a los pies de la Torre de los Perdigones, como un obelisco tostado y añejo que nos contempló comer y reir a deshoras bajo la luna nueva.
Vivimos a destiempo, dormimos a destiempo, nos tocamos sin horarios. Comíamos y bebíamos donde podíamos cuando queríamos. Vimos, a través de las persianas ,cuatro amaneceres.
Tú terminabas mis frases y yo comenzaba las tuyas.
El brazalete de mi brazo te recordaba a la esposa de Leónidas y a mí, tu cuerpo y tu pelo, el de un vikingo invasor. Y así. cuando trocitos del alba desde mi ventana nos avisaban de que los relojes no pensaban tener contemplaciónes con nosotros, tú invadías, como un bárbaro, mi cuerpo y yo era tu reina espartana. Mi brazalete se alojaba entonces en tu nuca y mi boca en la tuya y tú en mí...
El ventilador de mi techo nos ha jaleado en esas batallas y arrullado en las resacas de las noches que ardían por dentro y por fuera..
En nuestros cuerpos amanecía a las dos de la tarde y desayunábamos cereales, concretamente cebada..fría..
Escuchábamos ,en esas mañanas a contrapelo, canciones viejas. Yo te decía que eramos unos "trasnochados" en todos los sentidos. Tu me replicabas..."tú eres una niña", y mi pensamiento respodía "Y tú eres un hombre".
Después de ver en "Código Da Vinci" en la penumbra y el ronroneo de la aspas, te anuncié, "cuándo veas la pirámide de Miterrand, yo estaré contigo, aunque no sea la mujer que te acompañe"
Cuando escuchamos esta canción, me dijiste, "Así sonamos nostros, estemos donde estemos"
Hubiéramos querido ir a Santiago de Compostela, pero cuando llamamos de madrugada al aeropuerto, ebrios de risas y espuma, los pasajes tenían el mismo precio que un viaje a Nueva York.
No teníamos tiempo para ir a Nueva York.
Te hablé del Pórtico de la Gloria, de la sonrisa de Daniel, de los músicos callejeros que tocan la flauta travesera en las calles de granito, de los peregrinos polvorientos y sudorosos que llegan llorando a la plaza del Obradoiro y me dijistes "Llévame, quiero ver la Santiago que tú ves"
Pero nuestro destino era una Sevilla vacía que ardía de noche. Ese fue nuestro único vuelo durante cinco días de agosto.
El aire quemaba y la ciudad estaba cerrada. Tú dabas volantazos cuando un neón prometía un vaso y una barra. Cenamos a los pies de la Torre de los Perdigones, como un obelisco tostado y añejo que nos contempló comer y reir a deshoras bajo la luna nueva.
Vivimos a destiempo, dormimos a destiempo, nos tocamos sin horarios. Comíamos y bebíamos donde podíamos cuando queríamos. Vimos, a través de las persianas ,cuatro amaneceres.
Tú terminabas mis frases y yo comenzaba las tuyas.
El brazalete de mi brazo te recordaba a la esposa de Leónidas y a mí, tu cuerpo y tu pelo, el de un vikingo invasor. Y así. cuando trocitos del alba desde mi ventana nos avisaban de que los relojes no pensaban tener contemplaciónes con nosotros, tú invadías, como un bárbaro, mi cuerpo y yo era tu reina espartana. Mi brazalete se alojaba entonces en tu nuca y mi boca en la tuya y tú en mí...
El ventilador de mi techo nos ha jaleado en esas batallas y arrullado en las resacas de las noches que ardían por dentro y por fuera..
En nuestros cuerpos amanecía a las dos de la tarde y desayunábamos cereales, concretamente cebada..fría..
Escuchábamos ,en esas mañanas a contrapelo, canciones viejas. Yo te decía que eramos unos "trasnochados" en todos los sentidos. Tu me replicabas..."tú eres una niña", y mi pensamiento respodía "Y tú eres un hombre".
Después de ver en "Código Da Vinci" en la penumbra y el ronroneo de la aspas, te anuncié, "cuándo veas la pirámide de Miterrand, yo estaré contigo, aunque no sea la mujer que te acompañe"
Cuando escuchamos esta canción, me dijiste, "Así sonamos nostros, estemos donde estemos"