Todas las mañanas cuando llego a mi empresa repito los mismos gestos; después de encender mi ordenador, leo los titulares de la escaleta, miro a mi alrededor para ver quién está ese día en la redacción, me detengo un instante a mirar sus caras y oir sus voces e inmediatamente bajo a la cafetería por un café para Nieves y otro para mi. Cuando tengo los dos cafés, (el mío siempre solo) me paso por el patio de atrás del edificio. Salgo al aire libre y veo amanecer mientras fumo y tomo café en un vaso térmico en el que no se puede confiar para no quemarse los labios. Durante ese momento saludo al día. Observo el vuelo de los aviones con sus luces de posición que buscan pista en San Pablo y el de los vencejos, sin luces, invitados al vuelo por el sol del sur, que tiene esa manera ladina y tostada de anunciarse entre el último color violeta de la noche. Recibo el aire en mi cara, a veces más húmedo y cálido, otras más frío y seco, pero siempre leve. Pongo atención al susurro del tráfico que me envía el puente de la Barqueta, al olor nítido y discreto de una ciudad que amanece. Y no pienso.. solo observo y fumo.
Luego subo y asumo el día, y desde que hago eso, los días son mejores.
En alguna ocasión supe por casualidad que esa costumbre espontánea de cada día no es otra cosa que meditar.
La meditacion, (ejercicio bajo sospecha o bajo el peor designio de la novelería en el mundo occidental) es una actividad mental en realidad desconocida, Tanto que alguien como yo se puede descubrir un día practicándola sin premeditacion.
Meditar no es rumiar, una vez y otra, ideas de lo que fue o lo que será. Meditar no es dejar la mente en blanco ni en negro, ni contar respiraciones profundas con el riesgo de hiperventilar. Meditar puede que sea abandonar ese ruido constante del pensamiento, ignorar a ese cerebro locuaz que tanto nos advierte de lo que tenemos que lamentar o desear. Meditar puede que sea obligarse a callar de verdad y vivir hacia fuera, entregándose al presente, a lo que sí está, a lo que sí es.
Los depresivos atienden tanto a su pensamiento que pierden la conexión con el mundo exterior hasta que nada les invita a la vida. Los ansiosos atienden a tanto a su pensamiento que desconfían de lo externo hasta el punto que ese recelo les enferma.
Y si uno calla y escucha, ve y toca, la vida entonces se hace presente y nada más, sólo eso, como única realidad, como un hecho impecablemente empírico, una manifestación inefable.
Porque parece que vivir es un verbo que solo se debería conjugar en gerundio. ser en infinitivo, estar en presente del indicativo, y pensar..no tanto.
Momentos así son los mejores del día,digan lo que digan estos hiperactivos k abundan hoy en día.
Escrito por H. a las 2 de Noviembre 2007 a las 10:09 AM