Lo contaba el otro día en el "Café de la prensa" a Ana y Macarena, sobre las migas de un alfajor argentino y los pozos de algunos cafés que no soltaban prenda sobre nuestros destinos.
En uno de mis ziszageos de mi vida como estudiante, (ziaszageos que aún no he abandonado), una vez, hace bastante años desemboqué en el "Centro Español de Nuevas Profesiones" para cursar los estudios de una profesión que nunca ejercí aunque los acabé con altas notas.
El día que fui a hacer mi matricula me llevé un folleto del centro que disponía de un plano, porque el lugar se situaba en la laberíntica judería sevillana que mi cabeza dispersa, entonces, no dominaba.
Seguí diligente los trazos de un plano minucioso y diminuto que me llevó de la Avenida de la Constitución a la calle Aire; fresca, plácida y estrecha. La misma calle donde nació Cernuda. Con los ojos fruncidos, buscaba la siguiente indicación que orientara mis pasos. En un tramo de la calle Aire hay un lugar que la bifurca en tres. Según el plano, una de sus dos nuevas posibilidades se llamaría "Manolito el romano".
Busqué en las fachadas de las dos prolongaciones, así como en la esquinas más próximas, el rótulo que tomara prestado el nombre de probablemente, un gran banderillero o un cantaor esmerado.
Pregunté a los transeúntes y no hallé respuestas, sino gestos y expresiones de sorpresa o encogimiento de hombros, como si la calle se acabara de generar repentinamente en el plano, o en mi cabeza, o en ambas cosas a la vez.
Quizás el redactor del folleto del "Centro Español de Nuevas Profesiones" se hubiera adelantado a alguna iniciativa municipal de homenaje a un torero del que yo desconocía su destelleante carrera o a algún virtuoso guitarrista.
"Manolito el romano", el niño humilde que se crío en la calles de la judería de Sevilla jugando al toro o cantiñeándose al salir del colegio.... Alguién así se merece al menos una esquinita sombría con un balcón de geranios, si señor.
Como no renuncio a casi nada, (al menos entonces), pregunté a un señor mayor que pasaba por allí: "Señor..¿la calle "Manolito el romano"?. Aquel hombre me dice que nunca oyó una calle así y que él era de aquel barrio desde siempre. Su rostro me dió a entender que su "siempre" le daba para saberse con certeza el callejero del barrio entero y gran parte de la ciudad.
Así, le brindé el plano origen de mi empecinamiento, y el anciano caballero, calzándose unas densas gafas "del cerca", escudriñó la maraña de nombrecitos y líneas de la contraportada del tríptico.
-Señorita, aquí no pone "Manolito el romano", sino "Monolitos romanos"- y con gesto taurino giró el torso sobre sus cintura y con una mano apergaminada señaló dos espléndidas y vetustas columnas apuntaladas con hierro mohoso que descansaban sobre una mezcla de estanque y charco urbano donde habitaba algún nenúfar. Aquellas columnas eran parte de las huellas de "Hispalis", el pasado romano de Sevilla. En el plano se situaban como una señal que debería indicarme que el lugar que buscaba estaba cerca, a escasos metros y no que en aquellas calles moqueó un niño delgado que luego zapateó en los mejores "soberaos", ni un inquieto maletilla que se escapaba de noche al Aljarafe a tentar vaquillas. "Manolito el romano" nunca existió sino fugazmente, en la mente de una jovencita despistada que como siempre y por siempre, mataba moscas a cañonazos...

Lo contaba el otro día en el "Café de la prensa" a Ana y Macarena, sobre las migas de un alfajor argentino y los pozos de algunos cafés que no soltaban prenda sobre nuestros destinos.
En uno de mis ziszageos de mi vida como estudiante, (ziaszageos que aún no he abandonado), una vez, hace bastante años desemboqué en el "Centro Español de Nuevas Profesiones" para cursar los estudios de una profesión que nunca ejercí aunque los acabé con altas notas.
El día que fui a hacer mi matricula me llevé un folleto del centro que disponía de un plano, porque el lugar se situaba en la laberíntica judería sevillana que mi cabeza dispersa, entonces, no dominaba.
Seguí diligente los trazos de un plano minucioso y diminuto que me llevó de la Avenida de la Constitución a la calle Aire; fresca, plácida y estrecha. La misma calle donde nació Cernuda. Con los ojos fruncidos, buscaba la siguiente indicación que orientara mis pasos. En un tramo de la calle Aire hay un lugar que la bifurca en tres. Según el plano, una de sus dos nuevas posibilidades se llamaría "Manolito el romano".
Busqué en las fachadas de las dos prolongaciones, así como en la esquinas más próximas, el rótulo que tomara prestado el nombre de probablemente, un gran banderillero o un cantaor esmerado.
Pregunté a los transeúntes y no hallé respuestas, sino gestos y expresiones de sorpresa o encogimiento de hombros, como si la calle se acabara de generar repentinamente en el plano, o en mi cabeza, o en ambas cosas a la vez.
Quizás el redactor del folleto del "Centro Español de Nuevas Profesiones" se hubiera adelantado a alguna iniciativa municipal de homenaje a un torero del que yo desconocía su destelleante carrera o a algún virtuoso guitarrista.
"Manolito el romano", el niño humilde que se crío en la calles de la judería de Sevilla jugando al toro o cantiñeándose al salir del colegio.... Alguién así se merece al menos una esquinita sombría con un balcón de geranios, si señor.
Como no renuncio a casi nada, (al menos entonces), pregunté a un señor mayor que pasaba por allí: "Señor..¿la calle "Manolito el romano"?. Aquel hombre me dice que nunca oyó una calle así y que él era de aquel barrio desde siempre. Su rostro me dió a entender que su "siempre" le daba para saberse con certeza el callejero del barrio entero y gran parte de la ciudad.
Así, le brindé el plano origen de mi empecinamiento, y el anciano caballero, calzándose unas densas gafas "del cerca", escudriñó la maraña de nombrecitos y líneas de la contraportada del tríptico.
-Señorita, aquí no pone "Manolito el romano", sino "Monolitos romanos"- y con gesto taurino giró el torso sobre sus cintura y con una mano apergaminada señaló dos espléndidas y vetustas columnas apuntaladas con hierro mohoso que descansaban sobre una mezcla de estanque y charco urbano donde habitaba algún nenúfar. Aquellas columnas eran parte de las huellas de "Hispalis", el pasado romano de Sevilla. En el plano se situaban como una señal que debería indicarme que el lugar que buscaba estaba cerca, a escasos metros y no que en aquellas calles moqueó un niño delgado que luego zapateó en los mejores "soberaos", ni un inquieto maletilla que se escapaba de noche al Aljarafe a tentar vaquillas. "Manolito el romano" nunca existió sino fugazmente, en la mente de una jovencita despistada que como siempre y por siempre, mataba moscas a cañonazos...

La caminante: Manolito el romano.

9 de Marzo 2006

Manolito el romano.

Lo contaba el otro día en el "Café de la prensa" a Ana y Macarena, sobre las migas de un alfajor argentino y los pozos de algunos cafés que no soltaban prenda sobre nuestros destinos.
En uno de mis ziszageos de mi vida como estudiante, (ziaszageos que aún no he abandonado), una vez, hace bastante años desemboqué en el "Centro Español de Nuevas Profesiones" para cursar los estudios de una profesión que nunca ejercí aunque los acabé con altas notas.
El día que fui a hacer mi matricula me llevé un folleto del centro que disponía de un plano, porque el lugar se situaba en la laberíntica judería sevillana que mi cabeza dispersa, entonces, no dominaba.
Seguí diligente los trazos de un plano minucioso y diminuto que me llevó de la Avenida de la Constitución a la calle Aire; fresca, plácida y estrecha. La misma calle donde nació Cernuda. Con los ojos fruncidos, buscaba la siguiente indicación que orientara mis pasos. En un tramo de la calle Aire hay un lugar que la bifurca en tres. Según el plano, una de sus dos nuevas posibilidades se llamaría "Manolito el romano".
Busqué en las fachadas de las dos prolongaciones, así como en la esquinas más próximas, el rótulo que tomara prestado el nombre de probablemente, un gran banderillero o un cantaor esmerado.
Pregunté a los transeúntes y no hallé respuestas, sino gestos y expresiones de sorpresa o encogimiento de hombros, como si la calle se acabara de generar repentinamente en el plano, o en mi cabeza, o en ambas cosas a la vez.
Quizás el redactor del folleto del "Centro Español de Nuevas Profesiones" se hubiera adelantado a alguna iniciativa municipal de homenaje a un torero del que yo desconocía su destelleante carrera o a algún virtuoso guitarrista.
"Manolito el romano", el niño humilde que se crío en la calles de la judería de Sevilla jugando al toro o cantiñeándose al salir del colegio.... Alguién así se merece al menos una esquinita sombría con un balcón de geranios, si señor.
Como no renuncio a casi nada, (al menos entonces), pregunté a un señor mayor que pasaba por allí: "Señor..¿la calle "Manolito el romano"?. Aquel hombre me dice que nunca oyó una calle así y que él era de aquel barrio desde siempre. Su rostro me dió a entender que su "siempre" le daba para saberse con certeza el callejero del barrio entero y gran parte de la ciudad.
Así, le brindé el plano origen de mi empecinamiento, y el anciano caballero, calzándose unas densas gafas "del cerca", escudriñó la maraña de nombrecitos y líneas de la contraportada del tríptico.
-Señorita, aquí no pone "Manolito el romano", sino "Monolitos romanos"- y con gesto taurino giró el torso sobre sus cintura y con una mano apergaminada señaló dos espléndidas y vetustas columnas apuntaladas con hierro mohoso que descansaban sobre una mezcla de estanque y charco urbano donde habitaba algún nenúfar. Aquellas columnas eran parte de las huellas de "Hispalis", el pasado romano de Sevilla. En el plano se situaban como una señal que debería indicarme que el lugar que buscaba estaba cerca, a escasos metros y no que en aquellas calles moqueó un niño delgado que luego zapateó en los mejores "soberaos", ni un inquieto maletilla que se escapaba de noche al Aljarafe a tentar vaquillas. "Manolito el romano" nunca existió sino fugazmente, en la mente de una jovencita despistada que como siempre y por siempre, mataba moscas a cañonazos...

Escrito por La caminante a las 9 de Marzo 2006 a las 03:18 PM | TrackBack
Comentarios

Un post estupendo, seguiré leyéndote.
Besos.

Escrito por CaCTuS a las 11 de Marzo 2006 a las 11:54 AM

JAJAAJAJAA...pues Manolito El Romano no suena mal del todo para una calle.

Escrito por j-vol a las 13 de Marzo 2006 a las 02:04 AM

Hoy te he visto de nuevo en la redacción después de mucho tiempo y me he acordado de tu blog. Veo y compruebo con alegría que sigues escribiendo igual. Sigue así.

Escrito por Jorge a las 15 de Marzo 2006 a las 08:36 PM

Jajaja, buenísisimo.....Yo estudié muy cerca, en la escuela de Económicas...

Oye me está encantando tu blog...
besos niña

Escrito por mer a las 6 de Mayo 2006 a las 08:32 PM

Jajaja!!, yo que conozco bastante bien la calle Aire estaba leyendo el post intentando recordar alguan esquina que se llamara así... y claro, no caía!

Hasta que no el señor no ha dicho lo de los Monolitos Romanos tampoco me he dado cuenta!, jajaja... qué bueno el post!

Escrito por once a las 7 de Junio 2006 a las 02:46 PM

es muy feo xq no tiene imagenes q aburrio

feos y taraos tenian q ser po ellos po

Escrito por caca a las 12 de Junio 2006 a las 11:34 AM

Jajaja Muy divertido.

Escrito por sergeeo a las 27 de Julio 2006 a las 03:06 PM

Yo también estudié en el Centro Español de Nuevas Profesiones, estudios que tampoco nunca ejercí. Recuerdo esos días de rabonas por la calle Aire viendo los "manolitos romanos". Años 1981-1986.También tengo 2 hijos y una hija y uno de ellos también se llama Alfonso. Y por casualidad he caído en tu blog. ¿Murfy?

Escrito por Anonymous a las 16 de Abril 2008 a las 05:28 PM

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Escrito por proobarlila a las 10 de Noviembre 2010 a las 04:31 AM
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