He tomado el sol en una playa de Cádiz. Me he adormecido en la arena arrullada por dos voces, una infantil y otra varonil. Me he dormido del todo y cuado abrí los ojos había un racimos de rayos volcándose sobre el mar desde detrás de una nube y unas manos en mi cintura con una voz que preguntaba si quería merendar. Antes, mi hija, paseó un alga helada por mi espalda. Cuando me he incorporado, mis pezones contraídos por el aire de poniente me han recordado aquel día…

Abrí la ducha de golpe y el agua fría golpeó mis cervicales. “¡Jodeeer!”
Mientras regulo la temperatura, observo que un pezón se ha contraído por el frío. El otro no.
Frunzo las cejas y me llevo las dos manos a cada pecho. Debajo del pezón izquierdo distendido, entre mis dedos, el tacto temible de un cuerpo extraño, algo que ha crecido dentro de mí pero que no debería ser mío. Entre la urgente presión de mis dedos se define. Es una pequeña esfera que amenaza bajo mi piel.
El agua cae desde la ducha y salpica mis tobillos y mi desconcierto. En un rincón de aquella intimidad blanca de mi bañera se me seca la boca y permanezco inmóvil. Tenía 28 años. El pezón derecho se vuelve a contraer. Esta vez es por miedo.

Estuve algo más de tres días, sin decir nada a nadie. Ni a mis padres, ni a mis hermanas, ni a mis amigos…
Durante tres días, miraba a las personas a las que quería, las miraba reír, comer, ironizar, hacer planes y pensaba que en ese mismo momento con una sola frase, desmenuzaría su realidad. Les miraba y sentía una inconmensurable ternura. Entonces callaba y pensaba. “les voy a regalar unas horas, o mejor un día. Un día para que piensen que esas averías, esas dudas, esos desaires, esas discrepancias, esas disyuntivas, son cosas importantes y disfruten de ellas.”
Les regalaba a mis seres queridos un día de normalidad. Y así estuve hasta tres. Les regalé tres días.
Un mediodía abrí los labios y les apreté el corazón. “Tengo un bulto en un pecho”.

Después vino un episodio que porque pasó de largo, como otros, no hago nada en contra de su gradiente. Mi historia de ahora empieza quizás cuando con las piernas colgando encima de la camilla donde me hacían las curas vi al cirujano que me operó venir hacia mí diciendo “ya tengo los resultados” mientras sonreía…

De aquello no quedan huellas físicas. Solo un semicírculo tenue entorno a la aureola que nunca nadie ha advertido ni a simple vista ni a vista recreada, salvo que yo señale y diga, aquí fue.
Ahora ese pezón sí se contrae. Se eriza con la brisa del Atlántico, con las algas heladas que mi hija pasea por mi cuerpo para despertarme y con las manos de él cuando acaricia mi cintura.

He tomado el sol en una playa de Cádiz. Me he adormecido en la arena arrullada por dos voces, una infantil y otra varonil. Me he dormido del todo y cuado abrí los ojos había un racimos de rayos volcándose sobre el mar desde detrás de una nube y unas manos en mi cintura con una voz que preguntaba si quería merendar. Antes, mi hija, paseó un alga helada por mi espalda. Cuando me he incorporado, mis pezones contraídos por el aire de poniente me han recordado aquel día…

Abrí la ducha de golpe y el agua fría golpeó mis cervicales. “¡Jodeeer!”
Mientras regulo la temperatura, observo que un pezón se ha contraído por el frío. El otro no.
Frunzo las cejas y me llevo las dos manos a cada pecho. Debajo del pezón izquierdo distendido, entre mis dedos, el tacto temible de un cuerpo extraño, algo que ha crecido dentro de mí pero que no debería ser mío. Entre la urgente presión de mis dedos se define. Es una pequeña esfera que amenaza bajo mi piel.
El agua cae desde la ducha y salpica mis tobillos y mi desconcierto. En un rincón de aquella intimidad blanca de mi bañera se me seca la boca y permanezco inmóvil. Tenía 28 años. El pezón derecho se vuelve a contraer. Esta vez es por miedo.

Estuve algo más de tres días, sin decir nada a nadie. Ni a mis padres, ni a mis hermanas, ni a mis amigos…
Durante tres días, miraba a las personas a las que quería, las miraba reír, comer, ironizar, hacer planes y pensaba que en ese mismo momento con una sola frase, desmenuzaría su realidad. Les miraba y sentía una inconmensurable ternura. Entonces callaba y pensaba. “les voy a regalar unas horas, o mejor un día. Un día para que piensen que esas averías, esas dudas, esos desaires, esas discrepancias, esas disyuntivas, son cosas importantes y disfruten de ellas.”
Les regalaba a mis seres queridos un día de normalidad. Y así estuve hasta tres. Les regalé tres días.
Un mediodía abrí los labios y les apreté el corazón. “Tengo un bulto en un pecho”.

Después vino un episodio que porque pasó de largo, como otros, no hago nada en contra de su gradiente. Mi historia de ahora empieza quizás cuando con las piernas colgando encima de la camilla donde me hacían las curas vi al cirujano que me operó venir hacia mí diciendo “ya tengo los resultados” mientras sonreía…

De aquello no quedan huellas físicas. Solo un semicírculo tenue entorno a la aureola que nunca nadie ha advertido ni a simple vista ni a vista recreada, salvo que yo señale y diga, aquí fue.
Ahora ese pezón sí se contrae. Se eriza con la brisa del Atlántico, con las algas heladas que mi hija pasea por mi cuerpo para despertarme y con las manos de él cuando acaricia mi cintura.

La caminante: Dias de regalo

13 de Junio 2005

Dias de regalo

He tomado el sol en una playa de Cádiz. Me he adormecido en la arena arrullada por dos voces, una infantil y otra varonil. Me he dormido del todo y cuado abrí los ojos había un racimos de rayos volcándose sobre el mar desde detrás de una nube y unas manos en mi cintura con una voz que preguntaba si quería merendar. Antes, mi hija, paseó un alga helada por mi espalda. Cuando me he incorporado, mis pezones contraídos por el aire de poniente me han recordado aquel día…

Abrí la ducha de golpe y el agua fría golpeó mis cervicales. “¡Jodeeer!”
Mientras regulo la temperatura, observo que un pezón se ha contraído por el frío. El otro no.
Frunzo las cejas y me llevo las dos manos a cada pecho. Debajo del pezón izquierdo distendido, entre mis dedos, el tacto temible de un cuerpo extraño, algo que ha crecido dentro de mí pero que no debería ser mío. Entre la urgente presión de mis dedos se define. Es una pequeña esfera que amenaza bajo mi piel.
El agua cae desde la ducha y salpica mis tobillos y mi desconcierto. En un rincón de aquella intimidad blanca de mi bañera se me seca la boca y permanezco inmóvil. Tenía 28 años. El pezón derecho se vuelve a contraer. Esta vez es por miedo.

Estuve algo más de tres días, sin decir nada a nadie. Ni a mis padres, ni a mis hermanas, ni a mis amigos…
Durante tres días, miraba a las personas a las que quería, las miraba reír, comer, ironizar, hacer planes y pensaba que en ese mismo momento con una sola frase, desmenuzaría su realidad. Les miraba y sentía una inconmensurable ternura. Entonces callaba y pensaba. “les voy a regalar unas horas, o mejor un día. Un día para que piensen que esas averías, esas dudas, esos desaires, esas discrepancias, esas disyuntivas, son cosas importantes y disfruten de ellas.”
Les regalaba a mis seres queridos un día de normalidad. Y así estuve hasta tres. Les regalé tres días.
Un mediodía abrí los labios y les apreté el corazón. “Tengo un bulto en un pecho”.

Después vino un episodio que porque pasó de largo, como otros, no hago nada en contra de su gradiente. Mi historia de ahora empieza quizás cuando con las piernas colgando encima de la camilla donde me hacían las curas vi al cirujano que me operó venir hacia mí diciendo “ya tengo los resultados” mientras sonreía…

De aquello no quedan huellas físicas. Solo un semicírculo tenue entorno a la aureola que nunca nadie ha advertido ni a simple vista ni a vista recreada, salvo que yo señale y diga, aquí fue.
Ahora ese pezón sí se contrae. Se eriza con la brisa del Atlántico, con las algas heladas que mi hija pasea por mi cuerpo para despertarme y con las manos de él cuando acaricia mi cintura.

Escrito por La caminante a las 13 de Junio 2005 a las 12:24 AM | TrackBack
Comentarios

(Reitero lo dicho su primera vez: que suerte saber que por aquí hay alguien que escribe cosas que merece la pena)

Escrito por P. a las 13 de Junio 2005 a las 01:02 AM

A veces la vida da sustos y da días de regalo, como algunas personas! Menos mal que aquello no fue nada caminante. cuando pasan esas cosas después ves la vida siempre de otra manera. Muy buena la anotación. Saludos

Escrito por Raquel a las 13 de Junio 2005 a las 01:16 AM

Qué decir que tú no sepas. Fabulosa, como siempre amiga Caminante. Una mala suerte de la que estoy segura aprendiste casi más que de todas las demás juntas (que osada, leche, al decir esto, quién me creo, hombre ya). Un besote, Cal.

Escrito por Calamity a las 13 de Junio 2005 a las 12:36 PM

La vida y sus malos chistes.
Al menos algunos, nos hacen reir...me sumo a la sonrisa de tu cirujano :))

Escrito por ramonorum a las 13 de Junio 2005 a las 01:07 PM

Huy cuando he visto que hablabas de pezones que se contraen he pensado que te habías vuelto una "erotibloggie" de esas que a ti y a mí tanto nos gustan.

Por cierto, ya estoy de vuelta. Se me ha secado el poto, eres un desastre regando plantas.

Escrito por Wally Week a las 13 de Junio 2005 a las 05:01 PM

Cada día es un regalo, y es una lástima que anécdotas así sean las que ejerzan como un jarro de agua fría encima de nuestras cabezas. Despiertan la Conciencia de uno mismo y del mundo en que vivimos.

Escrito por hector a las 13 de Junio 2005 a las 05:36 PM

Te he leído Mercedes, bello Post, muy bien escrito; pero me he quedado sin palabras.

Un beso

Escrito por Trini a las 13 de Junio 2005 a las 07:38 PM

Me alegro de que todo quedara en un cicatriz imperceptible..
Un beso :)

Escrito por Grial a las 13 de Junio 2005 a las 10:29 PM

No hay nada comparable en este Mundo conocido comparable con verte bajo el cielo azul del atlántico, removiendote en la toalla y comiendo desaforadamente una cuña de chocolate manchando tu pareo fashion y mi brazo.

Escrito por nexus a las 13 de Junio 2005 a las 10:53 PM

¡Qué bien lo has contado, Caminante! Qué bien lo has contado, y qué bien acaba, además. Me alegro mucho por ti, por él, por ella, y por todos los demás que te quieren.
¿Y has aprendido de aquello? ¿Han aprendido los tuyos? Es casi inevitable que, pasado el susto, las importancias se olviden de la "gran" referencia y vayan volviendo a su día a día de prisas y agobios tontos, ¿verdad?
Qué bien lo has contado, Caminante. Y cuánto me alegro por tí, mi querida desconocida.

Escrito por Portorosa a las 14 de Junio 2005 a las 12:21 AM

De nuevo me encantó otro post tuyo. Mezclar una cosa tan tuya con el arte de escribir merece cada visita a este blog.

Un beso.

Escrito por danirmartin a las 14 de Junio 2005 a las 04:08 AM

Algún día, cuando sea mayor y sabio, escribiré como tú lo has hecho, caminante. Mientras tanto, pasaré a leerte como hoy.
Un besazo.

Escrito por dockof a las 14 de Junio 2005 a las 09:53 AM

Lo viste a tiempo. ¿Casualidad o causalidad?
De todas formas, que bueno es tener un pedazo de tí con cada relato que publicas.
Un abrazo de 1 minuto.

Escrito por ecce homo a las 14 de Junio 2005 a las 07:22 PM

Una lluvia de neobendiciones cayeron sobre ti...
(ya no te veo desembarcar...

Escrito por Vir a las 15 de Junio 2005 a las 03:23 AM

He pasado por casualidad, y he leido la historia que habías escrito. Hacía mucho que no se me contraía el corazón con una historia sencilla, aunque el final es feliz. Felicidades de nuevo.

Escrito por Sandman a las 15 de Junio 2005 a las 10:54 AM
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