Un tipo menudo, con barba recortada blanca y gafas breves, con aspecto de profesor de enseñanza secundaria. Se movía al ritmo de la salsa como un auténtico experto. Por sus manos y brazos iban pasando balilarinas circunstanciales: inmigrantes caribeñas vibrantes y maquilladas, españolas patosas y afanosas. Era uno de tantos de los que me hiponotizan cuando la noche me convoca. Cuando salgo de noche, en cualquier momento sufro una desconexión de mi ambiente inmediato y me pongo a observar atentamente lo que me rodea. Los que van conmigo hacen distintas interpretaciones: que me aburro, que doy vueltas a algún problema, que me ha gustado alguien de los que están en el lugar. Pocos aciertan o pocos saben: simplemente mi mente entra en un estado donde apenas pienso mientras recopilo todo tipo de signos físicos: color, formas, sonidos, incluso olores. Es como un estado de hipnosis donde el simple hecho de observar me complace.
Estábamos en el "Nu Yor" a las.. tantas de la madrugada. Yo no sabía que aquel era un templo de la salsa. Un cubano mayor, de unos 60 años, me despierta de mi estado hipnótico, mientras Olga y Eva charlan como cotorras. Me dice: "señorita, ¿le puede decir algo sin que le moleste?". Por un momento pensé que algo no andaba bien por el temor con el que el señor se dirigía a mí. "Le tengo que decir que es usted muy guapa". Abrí la boca para decir algo, pero solo pude reir, porque también comprendí que el no esperaba respuesta.
Un joven negro con un pequeño aro en una de sus orejas revolotea a mi alrededor, pero parecía no atreverse a acercarse. En un momento dado, me anuncia que la proxima pieza la bailará conmigo. "No sé bailar" le contesto. El se aleja,luego se vuelve y con un gesto de llevarse las dedos unidos a sus labios y abríendolos mientras me mira fijamente parece explicar su interés por bailar. El tipo menudo ahora no baila y saluda desde lejos a Eva. Ella nos cuenta que es un compañero de sus clases de baile de salón, que es contable, que se llama Agustín, pero que siempre se presenta como Dimitri y que lo que más le gusta en este mundo es bailar. Que baila con tal pericia que cualquier pareja se adapta a él. Dimitri se acerca a nosotras para saludar a Eva. Nos propone bailar y yo accedo. No sé bailar salsa, ya se lo dije al guapo negro del arito antes. Pero si por tu vida pasa un señor contable que se hace llamar Dimitri y que su mayor pasión en la vida es bailar hasta desfallecer noche tras noche, yo creo firmemente que hay que bailar con él. Hay que dejarse llevar lo más dignamente posible por el sentido del ritmo y participar de ese paréntesis de dos brazos que abarcan nombres equivocados, cuerpos equivocados, profesiones equivocadas y de vez en cuando la voracidad de la mente de una curiosa impenitente.
Un tipo menudo, con barba recortada blanca y gafas breves, con aspecto de profesor de enseñanza secundaria. Se movía al ritmo de la salsa como un auténtico experto. Por sus manos y brazos iban pasando balilarinas circunstanciales: inmigrantes caribeñas vibrantes y maquilladas, españolas patosas y afanosas. Era uno de tantos de los que me hiponotizan cuando la noche me convoca. Cuando salgo de noche, en cualquier momento sufro una desconexión de mi ambiente inmediato y me pongo a observar atentamente lo que me rodea. Los que van conmigo hacen distintas interpretaciones: que me aburro, que doy vueltas a algún problema, que me ha gustado alguien de los que están en el lugar. Pocos aciertan o pocos saben: simplemente mi mente entra en un estado donde apenas pienso mientras recopilo todo tipo de signos físicos: color, formas, sonidos, incluso olores. Es como un estado de hipnosis donde el simple hecho de observar me complace.
Estábamos en el "Nu Yor" a las.. tantas de la madrugada. Yo no sabía que aquel era un templo de la salsa. Un cubano mayor, de unos 60 años, me despierta de mi estado hipnótico, mientras Olga y Eva charlan como cotorras. Me dice: "señorita, ¿le puede decir algo sin que le moleste?". Por un momento pensé que algo no andaba bien por el temor con el que el señor se dirigía a mí. "Le tengo que decir que es usted muy guapa". Abrí la boca para decir algo, pero solo pude reir, porque también comprendí que el no esperaba respuesta.
Un joven negro con un pequeño aro en una de sus orejas revolotea a mi alrededor, pero parecía no atreverse a acercarse. En un momento dado, me anuncia que la proxima pieza la bailará conmigo. "No sé bailar" le contesto. El se aleja,luego se vuelve y con un gesto de llevarse las dedos unidos a sus labios y abríendolos mientras me mira fijamente parece explicar su interés por bailar. El tipo menudo ahora no baila y saluda desde lejos a Eva. Ella nos cuenta que es un compañero de sus clases de baile de salón, que es contable, que se llama Agustín, pero que siempre se presenta como Dimitri y que lo que más le gusta en este mundo es bailar. Que baila con tal pericia que cualquier pareja se adapta a él. Dimitri se acerca a nosotras para saludar a Eva. Nos propone bailar y yo accedo. No sé bailar salsa, ya se lo dije al guapo negro del arito antes. Pero si por tu vida pasa un señor contable que se hace llamar Dimitri y que su mayor pasión en la vida es bailar hasta desfallecer noche tras noche, yo creo firmemente que hay que bailar con él. Hay que dejarse llevar lo más dignamente posible por el sentido del ritmo y participar de ese paréntesis de dos brazos que abarcan nombres equivocados, cuerpos equivocados, profesiones equivocadas y de vez en cuando la voracidad de la mente de una curiosa impenitente.
Un tipo menudo, con barba recortada blanca y gafas breves, con aspecto de profesor de enseñanza secundaria. Se movía al ritmo de la salsa como un auténtico experto. Por sus manos y brazos iban pasando balilarinas circunstanciales: inmigrantes caribeñas vibrantes y maquilladas, españolas patosas y afanosas. Era uno de tantos de los que me hiponotizan cuando la noche me convoca. Cuando salgo de noche, en cualquier momento sufro una desconexión de mi ambiente inmediato y me pongo a observar atentamente lo que me rodea. Los que van conmigo hacen distintas interpretaciones: que me aburro, que doy vueltas a algún problema, que me ha gustado alguien de los que están en el lugar. Pocos aciertan o pocos saben: simplemente mi mente entra en un estado donde apenas pienso mientras recopilo todo tipo de signos físicos: color, formas, sonidos, incluso olores. Es como un estado de hipnosis donde el simple hecho de observar me complace.
Estábamos en el "Nu Yor" a las.. tantas de la madrugada. Yo no sabía que aquel era un templo de la salsa. Un cubano mayor, de unos 60 años, me despierta de mi estado hipnótico, mientras Olga y Eva charlan como cotorras. Me dice: "señorita, ¿le puede decir algo sin que le moleste?". Por un momento pensé que algo no andaba bien por el temor con el que el señor se dirigía a mí. "Le tengo que decir que es usted muy guapa". Abrí la boca para decir algo, pero solo pude reir, porque también comprendí que el no esperaba respuesta.
Un joven negro con un pequeño aro en una de sus orejas revolotea a mi alrededor, pero parecía no atreverse a acercarse. En un momento dado, me anuncia que la proxima pieza la bailará conmigo. "No sé bailar" le contesto. El se aleja,luego se vuelve y con un gesto de llevarse las dedos unidos a sus labios y abríendolos mientras me mira fijamente parece explicar su interés por bailar. El tipo menudo ahora no baila y saluda desde lejos a Eva. Ella nos cuenta que es un compañero de sus clases de baile de salón, que es contable, que se llama Agustín, pero que siempre se presenta como Dimitri y que lo que más le gusta en este mundo es bailar. Que baila con tal pericia que cualquier pareja se adapta a él. Dimitri se acerca a nosotras para saludar a Eva. Nos propone bailar y yo accedo. No sé bailar salsa, ya se lo dije al guapo negro del arito antes. Pero si por tu vida pasa un señor contable que se hace llamar Dimitri y que su mayor pasión en la vida es bailar hasta desfallecer noche tras noche, yo creo firmemente que hay que bailar con él. Hay que dejarse llevar lo más dignamente posible por el sentido del ritmo y participar de ese paréntesis de dos brazos que abarcan nombres equivocados, cuerpos equivocados, profesiones equivocadas y de vez en cuando la voracidad de la mente de una curiosa impenitente.
Muy bonito el post...y que tal el baile al final?
te gusto? repetiras?
Hola Mercedes, me encanta el color que le has puesto a esta tu Blog.
A ver , bailar, pues la 1º vez que lo hice tenía 39 años.A una disco he ido contadas las veces, en raras ocasiones bailo, así que me dedico a mirar los alrededores, cosa que me encanta. La "caceria", los hombres que siempre "ligan" solos, las mujeres en grupitos, hasta que ven un posible candidato... En fin ya te puedes imaginar a que discotecas he ido, Holiday, El coto y similares, para madurit@s como yo. Yo lo llamo "La jauria humana" no sé por qué un día observando me vino ese titulo a la mente y eso que, por aquel entonces yo no escribia ni pensamiento...
Bueno el caso es que aunque en publico hasta los 39 no bailé, si lo he hecho y mucho con mi escoba en casa, y encima yo al mismo tiempo cantando. Un espectaculo hija...
Venga que me pongo a escribir y parece que me dan cuerda.
Besos.
Reconozco ese estado de hipnotismo. A mi también me pasa en ocasiones, y el entorno también me hace las mismas preguntas. Yo lo achaco a mi necesidad de aislamiento. Muchas veces siento que necesito estar solo, no es que sea antisocial o solipsista ni nada por el estilo, simplemente que quiero pensar por mi mismo, y el quedarme observando el entorno y captando cada momento me ayuda a sentirme como si no hubiera nadie alrededor...
Fenomenal tu forma de redactar, felicidades.
Escrito por Evoluciones a las 22 de Febrero 2005 a las 05:32 PMYo tambien imagino, pienso analizo, sueño, y vivor la vida con ojos de observador, y sabes, en ello encontre grandes cosas, como a ti Mercedes linda.
Bonito post.
Escrito por mICrO a las 22 de Febrero 2005 a las 08:45 PM