Si admitiera mi distorsión, tendría necesariamente que comprender la de cualquiera.
Si asumiera mi realidad, daría sentido a quién y qué me daña.
Entonces, aceptaría.
Recibiría al mundo sin tambalearme.
Dejaría de resignarme y empezaría a dar permiso
Si yo aceptara, sería sólo mía la última palabra,
y la próxima.
Pero es que no es mi vocación escriturar palabras.
No soy un girasol ni un notario.
Admito, pues, mi distorsión insurrecta.
Asumo que no dije todo lo que quise ni quise todo lo que dije.
Pero no sé si acepto.
Luego, vuelvo a empezar.
Te he dejado (el día 2) un abrazo muy fuerte en el blog para tí. ;)
Escrito por Saha a las 31 de Agosto 2008 a las 05:43 AM